El Sufrimiento y la Muerte: ¿Por qué lo permite Dios?

El problema del sufrimiento

Si el sexo es la principal preocupación de nuestros pensamientos cuando somos jóvenes, el dolor y la muerte asumen la prioridad cuando envejecemos. Así como el sexo es considerado por nuestra sociedad como lo mejor en la vida, la muerte es considerada universalmente co­mo la peor calamidad que nos puede suceder, y el sufri­miento la siguiente en orden de importancia.

De una cosa podemos estar seguros: Que nos sobre­vendrán el sufrimiento y la muerte. ¿Cómo modifica nuestras actitudes acerca de ambas cosas el hecho de ser cristianos? Sólo tienes que hacer una visita a un hospital para escuchar preguntas así: «¿Por qué me ha de suceder esto a mí? ¿Qué he hecho para merecerme esto? Cómo puede Dios permitir esto?» Seremos más capaces de ha­cer frente al sufrimiento cuando cruce nuestro camino si antes hemos reflexionado algo acerca de ello.

La Biblia expresa con toda llaneza que Dios quiere el mayor bien para sus criaturas.

El problema del sufrimiento es intratable. Nadie ha llegado al fondo de la cuestión y nadie llegará. Pero no nos es preciso sentirnos apurados por ello. La fe cristiana nos posibilita ver el sufrimiento bajo una luz más positiva que cualquier otra religión o filosofía del mundo.

 ¿Por qué lo permite Dios?

Pongamos una cosa en claro. La Biblia expresa con toda llaneza que Dios quiere el mayor bien para sus criaturas. El sufrimiento y el dolor nunca son la voluntad directa de Dios para nosotros. Puede que los permita, pero no los envía. «No aflige de su voluntad a los hijos de los hombres.»2 Hay, no obstante, cuatro limitaciones a los designios de Dios para nuestro bien.

sufrimiento, Dios, muerte

Primero, tenemos la naturaleza de nuestro planeta. Es consistente. Funciona en base a leyes constantes. Y esto está bien, ¡o nunca sabríamos dónde estamos! Pero sig­nifica que si un cuchillo corta el pan, también me cortará el dedo. La útil fuerza de la gravedad, que me mantiene anclado a esta tierra, no cesa para mi beneficio cuando caigo de una ventana.

Por lo que la posibilidad, al menos de dolor, está construida en la misma estructura de nuestro mundo, donde prevalece el principio de causa y efecto. Es inevitable; y también valiosísimo. El dolor puede ser la luz roja de advertencia de la naturaleza. Si no fuese por el dolor que da un apéndice inflamado, reventaría en tu interior y morirías.

Segundo, hay la existencia de Satanás. La Biblia es muy clara acerca de la realidad de este poderoso ser contrario a Dios, el diablo, y yo pensaría que hay abundantes evi­dencias por todo el mundo que sigue en actividad. Pero la Biblia es igual de clara acerca de que el diablo no es una figura contraria a la par de Dios. Aquí no hay dua­lismo.

El diablo es, con todo, «el diablo de Dios», tal como lo llamó Lutero; está en una cadena, aunque larga. Su destino final es la destrucción, pero mientras tanto está lanzado a estropear el mundo de Dios en todo lo que le sea posible. Estropea la vida personal mediante el peca­do, la vida familiar mediante la discordia, la vida social mediante la codicia, la vida nacional mediante las gue­rras -y la vida física mediante las enfermedades.

Aunque pone en claro que la enfermedad individual no es el resultado del pecado individual, Jesús no nos dejó con dudas acerca de que el diablo tiene parte en la enferme­dad. Cuando sanó una mujer en sábado, se refirió a «la esclavitud en que Satanás la ha mantenido durante die­ciocho años». Y en Hechos leemos acerca de cómo Jesús había sanado «a los oprimidos por el diablo». Éste es un aspecto del sufrimiento que haremos bien en tener en cuenta. Hay un diablo; y está lanzado a destruir.

cuando todo parece perdido, angustia, persecucion

Tercero, hay el hecho de la libertad humana. Ésta es una causa principal del dolor en el mundo. Dios no puede quitar a los hombres su libertad cuando la usan para rechazar su camino para ellos. Esto sería reducirlos a robots -y él es Amor. El amor no puede satisfacerse con robots. No, Dios no va a intervenir para impedir acciden­tes, guerras, bebés dañados por la talidomida y los otros productos que el hombre tiene en su mal empleo de la libertad. No demos a Dios la culpa de estas cosas.

Pero esto no cubre todo el dolor. No explica los hu­racanes y los terremotos, y por ello hay un cuarto factor que debemos tener en cuenta. Es la interdependencia de un mundo caído. El mundo no es como Dios quiso que fuese. Los planos del Arquitecto fueron rechazados por sus clientes. El resultado ha sido el caos. Un caos que tiene efectos sobre todos los aspectos de nuestro mundo rebel­de.

En el gráfico relato de Génesis, la acción humana de desobedecer tiene como resultado no sólo la vergüenza, el enajenamiento de la criatura del Creador y el exilio, sino también la perturbación de la naturaleza con cardos y espinos.

Nosotros y nuestro ambiente nos pertenece­mos mutuamente, como todos estamos descubriendo tar­de y mal. La rebelión humana ha tenido efectos sobre nuestro medio. No somos sólo individuos, sino que for­mamos parte de una común humanidad; y es una raza manchada.

Cuando piensas de veras en ello, el azar con el que golpea el dolor no es tan sorprendente, a fin de cuentas. Es algo así como la viruela. Cuando el virus ha infectado el torrente sanguíneo, los granos aparecen al azar. No aparecen con un ritmo o razón evidentes en su aparición.

Así es con el sufrimiento en el cuerpo de la humanidad. Golpea al azar. De nada sirve preguntar: «¿Por qué me ha de suceder esto a mí?», como tampoco hacemos esta pregunta en el caso de la viruela, «¿Por qué ha de apa­recer este grano aquí?» En ambos casos se ha de tratar la enfermedad desde su raíz. El sufrimiento está relacio­nado con el pecado humano como un todo. Aunque el sufrimiento individual no está en absoluto necesaria­mente relacionado con el pecado individual.

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