Una Amistad Transformadora – Estudio

1. UNA AMISTAD QUE PERMANECE

Una de las declaraciones más maravillosas de la Biblia es la que aparece en las sencillas palabras de Jesús: «No os he llamado siervos… os he llamado amigos.» Jesús, que comparte la misma naturaleza de Dios; Jesús, que fue el agente de Dios en la creación; Jesús, a la vez origen, meta y sustentador del universo entero -Jesús está dis­puesto a llamarnos amigos. Amigos, cuando le hemos desobedecido. Amigos, cuando no hemos querido cono­cerle. Amigos, cuando hemos sido rebeldes. Es un ofre­cimiento asombroso.

¿Fantasías?

Cuando consagramos nuestra vida a Cristo comenza­mos una vida de amistad con él que es para proseguir y enriquecerse y ahondar hasta el día de nuestra muerte. Y entonces le veremos cara a cara, y será maravilloso. Aquel a quien ahora conozco por la fe entonces le veré. Entonces quedaré unido a aquel a quien ahora amo con tantos altibajos. «En tu presencia hay plenitud de gozo, y a tu diestra hay placeres para siempre jamás», cantaba el salmista; y yo lo creo. Si el primer plazo de la vida con Cristo aquí en la tierra da tanto goce y plenitud, tenemos toda razón para creerle cuando nos promete que la culmi­nación de todo esto cuando acabe esta vida será infinita­mente satisfactorio. Esto significa que puedo ver mi vida constantemente y verla entera; como una amistad desde ahora con Cristo que se apegará a mí, que me cambiará y que al final me recibirá en su presencia. Observemos ahora dos cosas acerca de esta esperanza cristiana. No se trata sólo de algo para cuando te mueras. Sus beneficios, o una gran parte de los mismos, están disponibles mien­tras gozamos de la compañía del Señor cada día. Sería infinitamente valioso incluso si esta vida fuese todo lo que hay. Pero Jesús ha dicho que esta vida no es todo lo que hay y ha respaldado sus palabras con la resurrección. Estoy dispuesto a aceptar esto de su parte. Él ha penetra­do más allá de los límites de la muerte. Él lo sabe.

¿Recompensas y castigos?

No, no se trata de beneficios únicamente después de la muerte; ni se trata de una forma refinada de egoísmo esperar el cielo. No amo a mi Señor Jesús porque tengo miedo del infierno (aunque creo que sin Cristo mi parte sería el infierno). No le amo porque quiero ir al cielo (no es cielo si él no está allí; una existencia infinita sin él sería absolutamente tediosa y carente de atractivo). Le amo porque fue a la cruz por mí, porque esperó paciente a que yo estuviese dispuesto a darle lugar en mi apretada vida. Le amo porque es tan paciente conmigo siendo que soy un seguidor suyo tan deficiente. Por eso le amo. El pen­samiento de la recompensa no juega ningún papel significativo en mi motivación como cristiano. Sin embargo, le creo cuando dice que «en la casa de mi Padre hay muchas moradas… cuando todo esté dispuesto vendré a recogeros, para que estéis siempre conmigo donde yo estoy. Si no fuese así, os lo habría dicho claramente.» En resumen, creo en el cielo porque Jesús lo enseñó, y confío en él. Si él dice que nuestra amistad es demasiado pre­ciosa para que él la termine con la muerte, esto es sufi­ciente para mí. Es maravillosamente generoso de su parte estar dispuesto a compartir para siempre su nueva vida con nosotros. Pero así es como él es -su nombre es amor.

Envejeciendo con Cristo

Pero este capítulo no trata acerca del cielo ni del de­finitivo goce de su amistad allí, aunque creo que de tanto en tanto deberíamos elevar nuestra mirada al futuro que Dios nos tiene prometido. Es maravilloso recordar que la vida no está desvaneciéndose de nosotros al decaer nues­tras capacidades físicas: nos acercamos más al día en que gozaremos plenamente del amante compañerismo de Cristo. Y esto tiene un efecto enriquecedor y engrandecedor sobre el carácter. Un anciano cristiano contestó, cuando le preguntaron su edad: «El lado luminoso de los setenta.» Sabía de qué estaba hablando. Por eso es que la ancianidad cristiana no es una amenaza sin mitigación, ni es la muerte lo peor que le puede suceder. Mientras San Pablo contemplaba el proceso de envejecimiento y la proximidad de la muerte, escribió lo siguiente:

«Y nunca cejamos. Aunque nuestros cuerpos estén muriendo, nuestra fuerza interior en el Señor crece día a día. Estas tribulaciones y sufrimientos que padece­mos son, de todos modos, bien pequeños, y no dura­rán demasiado. Sin embargo, este breve tiempo de angustia redundará en la más rica bendición de Dios sobre nosotros para toda la eternidad… Cuánto nos fatigamos de nuestros actuales cuerpos. Por eso es que esperamos anhelantes el día en que tendremos cuer­pos celestiales que nos pondremos como vestidos nue­vos… Esperamos expectantes y confiados nuestros cuerpos celestiales, dándonos cuenta de que cada mo­mento que pasamos en estos cuerpos terrenales es un tiempo alejados de nuestro hogar eterno en el cielo con Jesús.

Nos acercamos más al día en que gozaremos ple­namente del amante compañerismo de Cristo. Y esto tiene un efecto enriquecedor y engrandecedor sobre el carácter.

¿Qué hombre habría podido escribir esto si no com­partía ahora la amistad de Cristo, y esperaba más ade­lante su consumación?

La ambición suprema

Sí, Cristo es el amigo que nos recibirá al final de nues­tras vidas, así como Cristo fue el amigo que nos aceptó en primer lugar. La vida cristiana comienza y termina con él. Es significativo que San Pablo, que conoció inicial­mente a Cristo en el Camino de Damasco, revelase cuál era su ambición suprema, unos veinticinco años más tar­de, con estas palabras: «Mi objetivo es conocerle.» Conocerle. Éste era el centro mismo de la vida cristiana para el gran apóstol. Naturalmente, ya lo conocía. Lo había conocido durante un cuarto de siglo en tiempos de triun­fo y de soledad, de entusiasmo y de depresión, en la sala de banquete y en la mazmorra, en tierra firme y en naufragios; y, sin embargo, su objetivo era conocerlo mejor. Quizás en esta sencilla ambición hemos sondeado el más profundo secreto de la grandeza de San Pablo. Cristo era su amigo, y por este amigo estaba dispuesto a trabajar y a sufrir, pasase lo que pasase. Pero, sobre todo, quería conocerle mejor. Habría puesto su sello de aprobación sobre la famosa oración de Ricardo de Chichester:

Gracias sean dadas a ti, Señor mío Jesucristo, Por todos los beneficios que para mí has ganado, Por todos los dolores e insultos que por mí has so­portado.

Oh sumo misericordioso Redentor, Amigo y Her­mano, Que más claramente te conozca, Más entrañablemente te ame Y más estrechamente te siga Por amor a tu Nombre.

2. UNA AMISTAD CRECIENTE

amistad, Dios, transformadora, estudioEl teléfono y la carta

Pero, ¿cómo vamos a desarrollar esta amistad con el Señor? A fin de cuentas, no podemos verle. ¿Cómo pue­des desarrollar una amistad con alguien a quien no pue­des ver?

Básicamente, hay dos formas. Las personas que se quieren pueden mantenerse en contacto, cuando están separadas, escribiendo cartas y empleando el teléfono. Tendrías que ver a los estudiantes en las Escuelas Bíbli­cas, cómo cada mañana se acercan a sus apartados para ver si hay correo para ellos, o haciendo cola junto a la cabina telefónica por la tarde. Si yo fuese lo suficientemente insensible como para preguntarles por qué creen que vale la pena hacer tarde al desayuno porque están buscando anhelantes entre el montón de cartas, con la esperanza de que ella les haya escrito, o si careciese de tacto como para preguntarles si una llamada nocturna a una muchacha que está muy lejos vale lo que cuesta, la respuesta sería breve y totalmente suficiente: «Claro que vale la pena. La quiero.»

Así es con Cristo. Antes que llegásemos a conocerle no teníamos ningún deseo concreto de entrar en contacto, aun si creíamos en su existencia. Pero ahora que le co­nocemos y le amamos, es suficiente. Querremos emplear la carta y el teléfono. No se tratará de una aburrida norma que hemos de guardar a fin de desarrollar una amistad. Será la cosa más natural del mundo, porque le amamos.

La carta abierta

De hecho, nuestro Señor ha escrito una carta abierta a todos los miembros de su familia. En ella les cuenta acerca de sí mismo, acerca de sus planes para el bien de ellos, acerca de éxitos y fracasos de antiguos miembros de la familia, acerca del amor y de la autodisciplina, acerca de rasgos familiares y de los recursos disponibles para todos los miembros de la familia. Hay promesas que reivindicar, mandamientos que obedecer, consejos de los que tomar nota, oraciones de las que hacerse eco, así como ejemplos a seguir y advertencias a tener en cuenta. Lo mejor de todo es que este tiempo de leer la Biblia hará arder tu corazón de amor por tu amado Amigo, y forta­lecerá tu decisión de complacerle en los asuntos diarios. La lectura de esta carta vendrá a ser una importante parte de tu vida. Descubrirás, creo yo, que las Escrituras no exageran cuando describen su propia función como ali­mento, sin el cual desfalleceremos de hambre; como es­pada, sin la cual seremos vencidos; como espejo, sin el cual dejaremos de ver cómo somos en realidad; como lámpara, para arrojar luz sobre nuestro camino; como fuego, para calentar nuestros fríos corazones cuando pierdan su fulgor; y como martillo para romper a trozos la roca cuando estemos siendo tercamente desobedien­tes.6 Este libro contiene el mensaje de Dios para hombres y mujeres, que nos ha sido transmitido por los escritores humanos, los cuales vivieron tan cerca de Dios como para oír, asimilar e interpretar su voluntad. Sencillamente, si quieres crecer en tu amistad con tu Señor, no te puedes permitir descuidar su lectura.

¿Suena como si estuviese legislando? ¿Como si ser cristiano involucrase una serie de reglas, de las que una de las más importantes es «Lee tu Biblia a diario»? No, no se trata de eso. No hay reglas ahí. Pero lo razonable es que si quieres a alguien querrás conocerle más y más; y si no puedes ver a este alguien y sólo puedes comuni­carte con él por carta, ¡no te será penoso estudiar las cartas! A veces los cristianos han hecho un fetiche de la lectura de la Biblia. Han llegado a implicar que si no la lees diariamente, y preferiblemente antes de desayunar, vas a tener un mal día. Han llegado a implicar que estás lanzado a estropear tu amistad con Jesús.

En nuestros días hay una reacción general en los círcu­los cristianos contra este legalismo. Y con razón. Jesús no es tan mezquino como para retirar su amistad si por un día, o dos, o tres, dejamos de leer la Biblia. Pero si es cosa cierta que la Biblia es una de las principales fuentes de alimento para el cristiano (y lo es), entonces pregúntate a ti mismo cómo crecerías en lo físico si tomases tus comidas a intervalos infrecuentes e irregulares. Y si reac­cionas en contra de la «hora matutina» de la devoción cristiana tradicional, pregúntate si se trata de porque estás realmente en la mejor disposición para tu Amigo que más tarde durante el día, digamos que al atardecer. En este caso, muy bien. Tómate el tiempo al atardecer. ¿O se debe a que eres demasiado perezoso para levantarte temprano por la mañana? Puede que sea una curio­sa coincidencia, pero la mayor parte de los grandes hom­bres y mujeres de Dios del pasado descubrieron que si no se tomaban tiempo para la lectura de la Biblia al comenzar el día (por muy breve que fuese el tiempo), no podían encontrarlo durante el resto del día. Por la razón que sea, el resto del día parece escurrirse de entre nues­tros dedos. Pero puede que tú seas diferente. Puede que tengas una voluntad de hierro. Puede que seas una activa ama de casa que puede quedarse a solas durante media hora después que tu marido y los chicos hayan salido después del desayuno. Puede que seas del tipo de los que despiertan por la noche y que puedes guardar la última media hora del día para estar a solas con tu Amigo. Tómate el mejor tiempo para ti, y guárdalo de manera especial para él. Lo importante es que tengas de verdad un encuentro con tu Señor, no dónde o cuándo lo tengas, o cuánto tiempo estés.

Cómo comenzar

¿Te preguntas que cómo vas a comenzar? Quizás el mejor consejo será que busques amigos cristianos y les pidas ayuda para aprender cómo leer un pasaje de ma­nera devocional. Será una buena idea encontrarte con ellos una vez a la semana durante por ejemplo un par de meses, para poder estudiar juntos algunos capítulos de la Biblia que se refieren a los aspectos principales de la vida cristiana. Por ejemplo, Lucas 11:1-13 es un espléndi­do pasaje acerca de la oración; Efesios 4:17-5:1 sobre la vida cristiana, Romanos 12 acerca del servicio cristiano. Con una reunión así regular, relajada, semanal, podrás compartir con tus amigos los muchos problemas iniciales que asaltan en los primeros tiempos de la experiencia de cada cristiano. Casi seguramente se habrán encontrado con problemas similares a los tuyos, y estarán encantados de poderte echar una mano. He descubierto por expe­riencia personal que estas sesiones semanales con un cristiano más experimentado son de más ayuda que nin­guna otra cosa para desarrollar mi amistad con Cristo.

Pero si no tienes algún amigo así a mano, no te desa­lientes. Tienes a tu lado a uno que «nunca te desamparará ni te dejará». «No necesitáis de otro maestro», escribió San Juan, «porque él os enseña todas las cosas, y él es la Verdad».9 Te aconsejaría que consigas una buena traduc­ción moderna de la Biblia. En castellano moderno hay varias disponibles. Habrás observado que en este libro he citado varias veces una paráfrasis inglesa llamada Living Bible. En castellano hay una paráfrasis que sigue las mis­mas líneas, llamada La Biblia al Día. También harás bien en hacerte con un sistema regular para su lectura, ¡o bien podría ser que comenzases por el principio y te atascases en el Libro de los Números, o que te limitases a darle vueltas a tus pasajes favoritos! La Unión Bíblica tiene un método empleado en todo el mundo para la lectura de la Biblia en secciones cortas y manejables, con algunos útiles comentarios explicativos en la serie de notas que publican. Desde luego sería útil comenzar con algo así.

Pero no tengas miedo de cambiar después si crees que necesitas alguna variedad. Quizá podrías lanzarte por tu cuenta. A veces podrías leer un libro entero de una sen­tada. Quizás el libro de Jonás, si te sientes con impulsos de rebeldía; o la Primera Carta de Pedro si estás pasando por un tiempo difícil con los compañeros de trabajo. A veces podrías dedicarte a estudiar un versículo a fondo. Por ejemplo, Juan 3:16, quizás el versículo más famoso de la Biblia, nos habla de nuestra gran necesidad; esta­mos pereciendo como alguien que se está ahogando en un río. Habla del gran amor de Dios; él dio a Jesús para suplir esta necesidad de los hombres. Y habla de un paso de fe por el que todo el que cree puede tener para sí la nueva vida de Dios. Y para cuando hayas ahondado en un versículo así, descubrirás que lo has aprendido de memoria, y esto podría resultarte útil más adelante cuan­do quieras ayudar a otras personas.

Más de una sola manera

Hay muchas otras formas de estudio bíblico. Puedes hacer un estudio de carácter, y seguir en el Nuevo Testa­mento las referencias de un hombre como Andrés, que es mencionado sólo tres veces en el Evangelio de Juan, pero que cada vez está presentando a alguien a Jesús. O toma uno de los grandes héroes de la fe, como Abraham, y observa cómo hizo frente a la tentación a tomar el camino fácil por miedo a parecer raro, sus tentaciones a ser egoísta, a la autocompasión y a aguar las promesas de Dios. Aquel hombre hizo frente a las mismas dificultades que se nos presentan a nosotros, y más aún. La manera en que él confió en Dios hace tanto tiempo puede inspirarnos y enseñarnos a noso­tros hoy.

De manera alternativa, puedes estudiar un tema: lo que la Biblia tiene que decir acerca del dinero, del trabajo, del matrimonio, de la fe o quizá cuál era el mensaje y cuáles eran las cualidades de los primeros cristianos que tuvieron un éxito tan notable en el mundo antiguo. Como cambio, podrías tomar un solo capítulo, y ver cuál es su principal enseñanza. Romanos 8 es un gran capítulo, con la seguridad que da acerca del pasado de un cristiano, de su presente, y de su futuro con Cristo. Igualmente sucede con 2 Timoteo 2 con sus siete distintivas imágenes escritas de un obrero cristiano. O puedes seguir una sola palabra significativa, como «herencia», «fiel» o «podero­so». He descubierto muchas cosas investigando la heren­cia cristiana que Dios ha provisto, considerando áreas en las que él me llama a ser fiel, y reflexionando acerca de lo qué él se ha comprometido a que es poderoso para hacer en mí y a través de mí.

Éstas son algunas de las diferentes formas en las que puedes estudiar este libro inagotable que es la Biblia. Pero tanto si vas a hacer un estudio por ti mismo como si vas a seguir un sistema como el de la Unión Bíblica, recuerda que acudes a leer la Biblia con un propósito muy específico. Para ti no es «La Biblia como literatura» ni «La Biblia como historia» o «Crítica Bíblica». Es la Biblia como la carta de amor de Dios a ti. De modo que has de acudir a él en oración antes de comenzar. Pídele que te haga su palabra viva cuando la lees y que te hable por medio de ella. Y luego léela a conciencia, una y otra vez, buscando una promesa que te puedas apropiar, una oración que puedas emplear o algo que nunca hayas descubierto antes acerca de tu Señor y Amigo.

Tráfico de ida y vuelta

La lectura de la Biblia no es un tráfico de un solo sentido. Querrás detenerte para agradecer a Dios alguna nueva verdad que te haya impactado; para adorarle por algún nuevo atisbo acerca de lo que ha hecho por ti; para rebuscar en tu conciencia acerca de alguna demanda su­ya; para meditar acerca de las implicaciones de alguna promesa que has leído. De hecho, la lectura de la Biblia conduce de manera natural a la oración. La lectura de su carta te conduce a usar el teléfono de la oración. Una vez pregunté a una estudiante que había entrado en la vida cristiana sólo hacía un mes: «¿Cuál es la mayor diferencia que has observado?» Su contestación fue interesante: «He comenzado a amar la oración. A veces estoy mucho rato, porque he hecho un verdadero contacto.» Aquella mu­chacha había aprendido el sentido de la oración; es hablar con Dios. Hablar con él acerca de todo y cualquier cosa que nos preocupe: amigos, nuestro trabajo, el ocio, las relaciones familiares, nuestra futura carrera, frustracio­nes, gozos, todo, incluyendo el horario del día. La oración no es desde luego cuestión de recitar unas palabras he­chas (aunque puede haber sitio para oraciones formales en un servicio eclesial, para que todos los presentes puedan unirse a ellas) ni de tiempos fijos (aunque sin tiempos fijos nuestra oración se volverá espasmódica y probablemente caótica). Es compartir nuestra vida con nuestro Amigo. ¿Por qué crees que Cristo murió por noso­tros? ¿Para mostrarnos su amor? Sí. ¿Para asumir la responsabilidad por nuestros pecados? Sí. Pero de manera suprema para compartir su vida con nosotros. «Murió por nosotros a fin de que viviésemos con Él», habiendo derriba­do todas las barreras levantadas por el pecado y sin nada que se interponga entre nosotros para arruinar la amistad.

La lectura de la Biblia no es un tránsito de un solo sentido. Querrás detenerte para agradecer a Dios al­guna nueva verdad que te haya impactado; para ado­rarle…

El teléfono de la oración

La siguiente carta me vino procedente de una joven que había sido bailarina, modelo, institutriz y que poste­riormente se ha casado con un ministro evangélico. Cuando la escribió hacía pocos meses que había llegado a ser cristiana, y esto es lo que la oración comenzaba a ser para ella.

«Cuando oro, es para acercarme a Dios, para darle las gracias por lo que me ha dado y ha hecho por mí, y para alabarle en su gloria. Para pedirle fuerzas para hacer su voluntad, para que por medio de mis accio­nes los demás le vean en mí. Para acercarme tanto en la quietud de la mente para que Dios pueda decirme lo que quiere que haga por él. Para pedir ayuda para mí misma y para todos mis amigos y familia, y por este mundo y su pecado. Para pedir perdón y fuerzas para no volver a pecar. Para hablar con quietud con mi Amigo, mi Dios, y contarle todos mis sentimientos interiores que no podría compartir con nadie más.»

Ésta es la esencia de la oración: orar con Dios. Pero también involucra escucharle a él. Y en esto no somos demasiado buenos -al menos yo no lo soy. Tiendo a hablar demasiado y entonces él encuentra obstáculos para darme a conocer su voluntad. Puede que contigo suceda lo mis­mo; estás tan ocupado hablándole que no te das cuenta de que bien puede ser que te esté llamando a visitar a aquella persona aislada al otro lado de la calle, a que lleves una bolsa de fruta fresca a aquel pobre interno en el hospital psiquiátrico, o a que no te impacientes con tus hijos. Puede que haya una ofrenda de dinero que quiere que hagas, o una palabra que ayudaría a la persona con la que trabajas. Mientras tú tengas abierta la posibilidad de escucharle, a él le pertence el derecho de comunicarse contigo, ¿verdad? Encuentro consolador este pensamien­to. Es responsabilidad suya mostrarme su voluntad. La mía es obedecerla.

Encontrando una estructura

Si quieres una estructura alrededor de la cual edificar tus oraciones, ¿qué te parece emplear el Padrenuestro como modelo? Después de todo, es para esto que fue dada.

«Padre nuestro» -acude a él con la confianza de un hijo en la familia, y dale las gracias por aceptarte y aco­gerte.

«Que estás en los cielos» -esto mantiene la perspectiva correcta y nos impide tomarnos excesivas confianzas con Dios. Él es grande, glorioso, celestial; y yo soy insigni­ficante y debería acercarme a él no sólo con intimidad, sino también con admiración y reverencia.

«Venga tu reino» -ora por la extensión del gobierno regio de Dios en las vidas de las personas de tu círculo (y más allá) que no se han rendido a él.

«Hágase tu voluntad» -ora para que se haga la volun­tad de Dios en las vidas de los que le conocen en la tierra, así como se hace en el cielo. Éste es el momento para orar acerca de los detalles de tu agenda diaria, de recordar tus debilidades especiales y de orar por tu iglesia y tus ami­gos cristianos, así como por aquellos que sirven al Señor lejos de sus hogares, o que están tratando de extender su regio dominio en la industria o en el gobierno.

«El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy» -aquí puedes incluir la oración por todas tus necesidades vi­tales. Dios está interesado en ellas y te invita a que se las des a conocer. El «pan de cada día» parece haber signi­ficado, en el arameo original, «el pan de mañana». ¡Danos hoy el sabor de la fiesta de bodas en el cielo! Esto incluye nuestras necesidades físicas pero además las trasciende. Pide por todo lo que necesitamos a fin de pasar nuestro día como ciudadanos del Reino.

«Perdónanos» -nunca estamos sin necesidad de pedir perdón por los pecados y fracasos diarios en los que todos caemos. Recuérdalos. Confiésalos. Y recibe su per­dón. Y recuerda, como Jesús le dijo a sus seguidores, debes estar dispuesto a perdonar a los que te hayan ofendido si quieres poder gozar del perdón de Dios.

«No nos metas» -¡cómo necesitamos su dirección cada día! Encomienda a él cualquier problema especial que te preocupe en estos momentos. En particular, cualquier cosa que pueda «ponerte a prueba».

«Líbranos» -de los desagradables ataques del malo en el día de hoy: ataques de ira, codicia, falta de dominio propio o de cualesquiera que puedan ser tus puntos débi­les particulares.

«Porque hoy, Señor, estoy dándome a tu regio gobier­no. Espero de ti recibir el poder para vivir como cristiano en el mundo presente. Y prometo que te glorificaré en ello de manera directa y no pretenderé merecer mérito alguno. Porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén.»

Manténlo de forma natural

Esta estructura puede ser una ayuda en el tiempo especial que pones aparte para la oración. ¡Pero los amigos no hablan sólo en ocasiones previamente acorda­das! Cristo es un amigo, de modo que puedes dirigirte a él en distintos momentos del día. ¿Hay alguna comida especialmente buena que has disfrutado? «Gracias, Se­ñor», le dices, y no hay necesidad de cerrar los ojos ni de arrodillarse para decirlo. ¿O te encuentras con que te asalta alguna apremiante tentación? «Señor, por favor, dame tu fortaleza.» ¿O le has fallado? No esperes hasta el anochecer para confesarlo. Díselo en el acto. «Señor, te he fallado. Lo siento tanto. Perdóname, te lo ruego, y ayúdame a aprender de este error y a pedirte tu ayuda con tiempo cuando me sienta tentado a repetirlo.»

Una cosa para terminar. La amistad es tanto más deli­ciosa cuando se comparte. Si sales una tarde con otros cristianos, ¿por qué no pasáis unos cuantos minutos en oración al Señor antes de despediros? Seguramente os sentiréis tímidos para empezar, porque os parecerá ex­traño hablar en voz alta con Dios con vuestras propias palabras en compañía de otros. Pero, ¿por qué no? Rompe la barrera del sonido. Lánzate, aunque sea con vaci­lación, y no lo lamentarás. Creo que llego a un nivel más profundo de comunión con otros cristianos cuando oro con ellos de esta manera que en cualquier otro momento.

Así es entonces. Cristo es tu Amigo. Y las amistades tienen que ser cultivadas. Asegúrate de que tu amistad no queda perjudicada por negligencia. La carta y el telé­fono son indispensables para los amigos que están sepa­rados por la distancia, si quieren mantenerse en contacto. Y aunque la analogía no es exacta (porque Cristo no está ausente: está maravillosamente presente siempre conti­go), sin embargo es una analogía buena. Debes mantener­te en contacto con él, y él contigo, y la Biblia y la oración son las formas principales para ello.

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