El Valle de los Huesos Secos – Profeta Ezequiel

profeta ezequiel, libro, biblia, Ahora el profeta vuelve para hablar acerca de la gracia restauradora de Dios y en el capítulo 37 se encuentra la extraordinaria visión del Valle de los Huesos Secos. Esto también ha sido usado en un cántico bien conocido.

El profeta contempla esta visión al ver el valle con todos los huesos secos: los huesos se unen siguiendo una orden dada por Dios, sin que hay aliento en ellos, pero entonces viene Dios y sopla sobre ellos y cobran vida una vez más. Esta imagen de la gracia restauradora de Dios es un ejemplo de lo que Dios va a hacer con la nación de Israel.

En lo que a Dios se refiere, Israel se ha encontrado en un estado de muerte durante diecinueve siglos, pero llegará el día en el que Dios soplará sobre esta nación y al igual que estos huesos secos, recibirá nueva vida y Dios restablecerá su reino en la tierra.

En los capítulos 38 y 39 el profeta ve el futuro muy lejano hasta el último ataque contra Israel, cuando los enemigos de la nación se tendrán que enfrentar con las fuerzas celestiales que les juzgarán sobre las montañas Israel y donde serán enterrados.

Comenzando en el capítulo 40, vemos un anuncio sobre la restauración del templo del milenio. En esta gran visión el profeta contempla el templo con todos sus detalles: la gloria de Dios, que vuelve al lugar santísimo, la Shekinah que se establece en el lugar santísimo una vez más. El libro termina con un pasaje maravilloso, en el capítulo 47, que describe su visión del trono de Dios.

Debajo del trono pasa el río de Dios, arrollando a través del templo hasta la parte del este, pasando por la tierra y a continuación en dirección al Mar Muerto para sanar sus aguas. Esta es una maravillosa imagen del Espíritu de Dios en los días del reino milenario.

Esa es una interpretación literal de este libro, una profecía sobre la restauración de Israel, pero eso no quiere decir que se haya agotado el significado de este libro. Si esto lo leemos como si solo se refiriese al cumplimiento literal, nos perderíamos una gran parte del valor y toda la belleza de este libro. Porque toda esta historia se puede aplicar a usted como persona.

Lo que Dios hace, a gran escala, en la historia del mundo, está dispuesto a hacerlo a menor escala en la historia de su vida de usted. Y él está dispuesto a llamar de la muerte y a dar vida a la nación que se vuelva a él en medio de la degradación y la debilidad, como estaba dispuesto a hacerlo por Israel y como lo hará también por la persona de manera individual.

Por lo tanto, aquí tenemos una preciosa imagen de la gracia salvadora de Jesucristo, haciendo que tengamos vida en él, volviéndonos a llamar a la gloria de nuestra humanidad, como hombres y mujeres, viviendo la vida que él desea para nosotros. A continuación hallamos una imagen de los enemigos con los que nos enfrentamos y cómo Dios va delante de nosotros y los destruye uno por uno cuando andamos por fe.

Finalmente encontramos la maravillosa imagen del templo del hombre restaurado. ¿Qué es el templo del hombre? En el Nuevo Testamento Pablo dice que nosotros somos templo del Dios vivo (2ª Cor. 6:16) ¿Pero qué es en nosotros el templo en el que Dios habita? Es el espíritu humano. Nuestro espíritu fue creado para convertirse en el lugar santísimo en el que mora el Dios vivo.

Por lo tanto, el secreto de una experiencia humana plena, de una vida emocionante, de una vida que tenga un continuo significado y sentido, es una vida en la que se descubran los recursos del Espíritu Santo. Esto es algo acerca de lo cual se nos ofrece un precioso retrato en esta imagen del capítulo 47 de Ezequiel. Quiero concluir con esto, porque creo que esto pone de relieve todo el énfasis del libro:

«Entonces me hizo volver a la entrada del templo. Y he aquí que debajo del umbral del templo salían aguas hacia el oriente, porque la fachada del templo estaba hacia el oriente. Las aguas descendían de debajo del lado sur del templo y pasaban por el lado sur del altar».

«Cuando el hombre salió hacia el oriente, llevaba un cordel en su mano. Entonces midió 1.000 codos y me hizo pasar por las aguas hasta los tobillos. Midió otros 1.000 codos y me hizo pasar por las aguas hasta la cintura. Midió otros 1.000 codos y el río ya no se podía cruzar, porque las aguas habían crecido. El río no se podía cruzar sino a nado. Y me preguntó: ¿Has visto, oh hijo de hombre?»

«Después me condujo y me hizo volver a la ribera del río. Cuando volví, he aquí que en la ribera del río había muchísimos árboles, tanto a un lado como al otro. Y me dijo: Estas aguas van a la región del oriente; descenderán al Arabá y llegarán al mar, a las aguas saladas; y las aguas serán saneadas. Y sucederá que todo ser viviente que se desplace por dondequiera que pase el río vivirá.» (47:1-9)

¿Le recuerda esto algo? ¿Lee usted en esto y oye usted en esto las palabras que pronunció nuestro Señor y de las que ha quedado constancia en Juan 7, cuando estaba en el templo durante el último día de la fiesta y dijo: «Si alguno tiene sed, venga a mi y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, ríos de agua viva correrán de su interior. Esto dijo acerca del Espíritu que habían de recibir los que creyeran en él, pues todavía no había sido dado el Espíritu, porque Jesús aun no había sido glorificado. (Juan 7:37-39) Este es el recurso de la vida cristiana.

Examinemos los diferentes aspectos de este recurso. Primero, esta la fuente del río. ¿De dónde procede? Ezequiel dijo: «Vi un trono y de debajo de él salía un río. Las aguas del Espíritu proceden del trono mismo de Dios, de la supremacía de su autoridad, el lugar más elevado del universo, el lugar donde nuestro Señor Jesús recibió el don prometido del Espíritu en el día de Pentecostés.

Mientras el profeta lo contempla, ve que sigue su curso pasando más allá del altar, el lugar del sacrificio. Y una de las cosas importantes que tenemos que aprender como cristianos es que no podemos nunca beber del río del Espíritu a menos que estemos dispuestos a hacerlo pasando por la cruz del Calvario. Es solo cuando estamos dispuestos a aceptar el juicio de la muerte sobre la carne, es decir, el hombre natural y sus habilidades, sus ambiciones y deseos, cuando podemos beber del río del Espíritu de Dios.

Fijémonos en el poder que tiene este río. Ha crecido rápidamente de modo que hay que pasarlo a nado, a pesar de que no se ha añadido ningún otro río a él. No llega a él ningún arroyo, sino que es un gran torrente de vida que corre y que sale pasando por debajo del trono de Dios.

Al leer esto, fíjese en la experiencia del profeta. Es guiado a ello paso a paso y dice en tres ocasiones «y me hizo pasar. ¿Le está Dios haciendo a usted pasar? ¿Ha tenido usted alguna vez esta experiencia? El primer paso es el lugar donde están las aguas hasta la altura del tobillo. ¿No es esta la imagen de un hombre que solo ha experimentado de una manera superficial el sentido de la gracia y del poder de Dios en su vida? Es un cristiano, pero es lo que las Escrituras llaman un cristiano carnal, lleno aún de disputas, de luchas y de agitación interna.

No ha aprendido nada acerca de la paz de Dios, sino que es desobediente. Lucha en contra de la gracia de Dios cada vez que se da la vuelta y solo le lleva el agua a los tobillos. Y mucha gente no pasa de ahí.

Pero el profeta dice: «y me hizo pasar por las aguas hasta las rodillas. Las aguas le llegan hasta las rodillas. ¿Le ha llegado a usted ya el agua hasta ahí? ¿Ha comenzado usted a tener hambre y sed y deseo de orar y buscar el rostro de Dios? Aquí tenemos el caso de un hombre que no se queda satisfecho sencillamente con haber nacido de nuevo, sino que anhela mucho más. Está de rodillas, está clamando a Dios, deseando mucho más.

Y me hizo pasar dice, y el agua le llegó hasta la cintura, comenzando a apoderarse de él. Ahora hay menos de él y más de la gracia de Dios. Los lomos son siempre el símbolo del poder y ha llegado al lugar en el que está comenzando a captar algo acerca del poder de Dios, a darse cuenta del hecho de que «no es con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los Ejércitos como se vive la vida cristiana (Zac. 4:6) El secreto no radica en su ardiente deseo de hacer algo por Dios, o su celo consagrado por que fluya en él, sino su tranquila dependencia en el Espíritu que mora en él.

Luego va un paso más allá y dice: «El río ya no se podía cruzar porque las aguas habían crecido. El río no se podía cruzar sino a nado. Aquí tenemos el caso de una persona totalmente entregada, que está hasta la cabeza. Está ahí fuera donde está siendo arrastrado por la corriente de la gracia de Dios. ¿Y cuál es el efecto de este río en la tierra? Cuando el profeta es conducido por las riberas dice: «he aquí que en la ribera del río había muchísimos árboles que no llevaban fruto. La esterilidad de la tierra ha sido sanada y el río es fértil y fluye por todas partes y las cosas comienzan a vivir.

¿Ha aprendido esto ya? Todo esto ha quedado escrito para nosotros. Juan ve el mismo río, en Apocalipsis: «Después me mostró un río de agua de vida, resplandeciente como cristal, que fluye del trono de Dios…en medio de la avenida de la ciudad… (Apoc. 22:1, 2) Pasa por el centro mismo de la vida. ¿Ha encontrado usted ya el río del Espíritu? Solo cuando aprendemos estas poderosas verdad puede tener sentido la vida cristiana.

Hasta entonces, no es más que un sendero fatigoso, angosto y difícil, una lucha por mantener las cosas como deben de estar, pero cuando comenzamos a experimentar el poderoso y creciente torrente de los ríos de agua viva, el fluir del Espíritu de Dios en el centro mismo de nuestra vida, todo comienza a cobrar vida y entonces la vida tiene sentido para nosotros y es una vida plena.

Esto es algo que ve el profeta y acaba este precioso libro con una descripción del templo (que, por cierto, puede ser una imagen definitiva del cuerpo resucitado que es el nuevo templo de Dios). Pero mire lo que dice el último versículo de la profecía. Dice en él:

«El perímetro será de 18.000. Y desde aquel día el nombre de la ciudad será: «JEHOVA ESTA AQUI.» (48:35)

Así es como la llamó Ezequiel. La primera vez que los discípulos fueron llamados cristianos fue en Antioquía y no fueron ellos los que se llamaron cristianos, sino que fue como les llamaron. Cristiano quiere decir «Cristo-uno y al observa las gentes de Antioquía a estas curiosas personas, les llamaron «Cristo-uno porque el Señor estaba allí.

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