El Vino a Buscar… ¡Y a Salvar! – Estudio

Cada vez que se lo oigo cantar a Óscar Medina me conmueve:

«Si te sientes triste, si te sientes solo: Ven a Jesús.

Si un amor perdiste o de tu hogar huiste: Ven a Jesús.

Si todos tus amigos te han abandonado: Ven a Jesús.

Y si las religiones te han decepcionado: Ven a Jesús.

El te espera con los brazos abiertos.

Él te espera para darte su amor.

El te quiere sanar tus heridas, calmar tu dolor».

Por todo esto, y por mucho más, con gran emoción y sobrada razón, Fanny Crosby pudo exclamar:

«¡Oh que Salvador es Jesús, el Señor!

¡Bendito Señor para mí!

El salva al más malo de su iniquidad y dale socorro aquí.

Me escondo en la Roca que es Cristo, el Señor,

Y allí nada ya temeré;

Me escondo en la Roca que es mi Salvador,

Y en él siempre confiaré,

Y siempre con él viviré».

Es mi intención deliberada animarte a acudir hoy a mi Jesús, el gran Salvador, el poderoso Salvador, «el que salva al más malo de su iniquidad y le da socorro aquí». Es mi in tención deliberada animarte a venir hoy a mi tierno y amante Salvador: Cristo Jesús, a venir al Cristo que te es­pera con los brazos abiertos para darte su amor, para sanar tus heridas, para calmar tu dolor.

Para ello, te invito a ir conmigo a Lucas 19: 1-10. Allí encontramos el conocido relato del encuentro del gran Sal­vador, Cristo Jesús, con Zaqueo, el gran pecador.

«Jesús llegó a Jericó y comenzó a cruzar la ciudad. Resulta que había allí un hombre llamado Zaqueo, jefe de los recaudado­res de impuestos, que era muy rico. Estaba tratando de ver quién era Jesús, pero la multitud se lo impedía, pues era de baja estatura. Por eso se adelantó corriendo y se subió a un árbol para poder verlo, ya que Jesús iba a pasar por allí. Llegando al lugar, Jesús miró hacia arriba y le dijo: “Zaqueo, baja en se­guida. Tengo que quedarme hoy en tu casa”. Así que se apre­suró a bajar y, muy contento, recibió a Jesús en su casa. Al ver esto, todos empezaron a murmurar: “Ha ido a hospedarse con un pecador”. Pero Zaqueo dijo resueltamente: “Mira, Señor: Ahora mismo voy a dar a los pobres la mitad de mis bienes, y si en algo he defraudado a alguien, le devolveré cuatro veces la cantidad que sea”. “Hoy ha llegado la salvación a esta casa —le dijo Jesús—, ya que este también es hijo de Abraham. Porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido”».

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Antes de nada destaquemos las palabras con las cuales Cristo mismo describe su misión al venir a esta tierra: «El Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido». Esta es la gran misión de Cristo: buscar y salvar al perdido.

Si estás perdido y necesitas salvación, alégrate, tengo las más gratas y grandes noticias para ti: tú estás en los planes de Cristo, el gran Salvador.

Si eres pecador, entiende que Dios envió a Cristo a sal­varte:

«Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él». (Juan 3:17)

Si necesitas ser rescatado de tu maldad y de tu condena­ción, hay esperanza segura para ti: Cristo Jesús ya dio su vida en rescate tuyo.

«El Hijo del hombre no vino para ser ser­vido, sino para servir y para dar su vida en rescate por todos». (Marcos 10:45, RV95)

A partir de este breve episodio de la vida de Zaqueo po­demos claramente comprender la clase de Salvador que te­nemos en Cristo Jesús:

  • En primer lugar, este relato muestra que en Cristo te­nemos un Salvador personal, que en medio de toda la multitud Jesús se dirige directamente a una persona lla­mándola por su nombre. Esto me enseña que Cristo me conoce a mí, te conoce a ti, como persona, individual­mente, que conoce mi nombre y tu nombre. Qué recon­fortante es leer que Dios amó al “mundo” en general y que dio a su Hijo para que todo aquel que en el cree, no se pierda, sino que tenga vida eterna. (Juan 3:16) Pero a mí me resulta inmensamente más reconfortante decir, como dijo San Pablo, que Cristo me amó y se entregó a sí mismo por mí. Porque la palabra «mundo» incluye a millones de perso­nas y el que la utiliza puede estar olvidándose de mí. Pero en la palabra «mí», solo quepo yo, y estoy seguro de que soy yo el objeto supremo del amor de Cristo.
  • En segundo lugar, este relato enseña que en Cristo tenemos un Salvador que toma la iniciativa, que no espera ser invi­tado a mi vida, sino que él mismo se invita. El relato regis­tra que él se invitó a la casa de Zaqueo. Oscar Medina se quedó corto con su canto, porque Jesús no me espera con los brazos abiertos, sino que ha venido a mi encuentro con los brazos abiertos, para darme su amor, para sanar mis heridas, para calmar mi dolor… para llevarme a su hogar.
  • En tercer lugar, este relato demuestra que en Cristo te­nemos un Salvador que trae gozo y felicidad a nuestras vidas. En el registro evangélico se indica explícitamente que Zaqueo lo recibió «muy contento».
  • En cuarto lugar, este episodio pone de manifiesto que en Cristo tenemos un Salvador que transforma nuestras vidas, que santifica nuestro ser. La sola presencia de Jesús hizo que Zaqueo abandonara su egoísmo y que pu­siera sus talentos al servicio de Cristo y de su obra.
  • En quinto y último lugar, este relato enseña que en Cristo tenemos un Salvador poderoso. Cristo dijo que era más fácil que un camello atravesara el ojo de una aguja que un rico entrara en el reino de los cielos. (Lucas 18:25) Y en el caso del en­cuentro de Jesús con Zaqueo tenemos al poderoso Salva­dor haciendo lo imposible, pasando al camello publicano (corrupto y traidor a su pueblo, cobrador de impuestos) por el ojo de la aguja. Perdón, introduciendo al rico Zaqueo en el reino de los cielos.

Si fue capaz de salvar a Zaqueo, ¿por qué no iba a ser capaz de salvamos hoy, en este mismo instante, a ti y a mí? Me en­tusiasman las siguientes palabras de Elena G. de White, que son para ti y para mí:

Dios, el Señor, mediante Cristo, extiende su mano durante todo el día invitando al necesitado. Recibirá a todos. Da a todos la bienvenida. No rechaza a nadie. Se gloría en perdo­nar al más empedernido de los pecadores. Quitará la presa al valiente y librará a los cautivos; arrebatará el tizón del fuego. Hará descender la cadena dorada de su misericordia a las ma­yores profundidades de la desdicha humana y de la culpa, y le­vantará al alma envilecida, contaminada por el pecado.

Luego esta maravillosa promesa concluye:

Pero el ser humano debe querer aproximarse y colaborar en la obra de salvar su alma, utilizando las oportunidades que Dios le da. El Señor no fuerza a nadie. El inmaculado vestido de bodas de la justicia de Cristo está preparado para cubrir al pe­cador; pero si lo rehúsa, perecerá.

¿Vamos a querer, hoy, nosotros, aproximarnos? ¿Rechaza­remos el inmaculado vestido de bodas de la justicia de Cristo? El cielo entero aguarda impaciente nuestra respuesta.

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