Viviendo una Experiencia con Dios – Estudio Bíblico

El que ora, vive la experiencia religiosa de dialogar con Dios. La expresión “experiencia religiosa” debe ser bien entendida, pues la palabra “experiencia” tiene diversos sentidos.

La experiencia científica es un método de investiga­ción basado en pruebas, experimentos, verificaciones, encaminados a descubrir una verdad, a establecer una ley o un principio.

La experiencia intelectual se basa en el conocimiento de las cosas a lo largo de la vida, por medio de la refle­xión que saca consecuencias y sabias normas.

La experiencia religiosa supone una apertura hacia lo trascendente, que lleva a una relación consciente con Dios y permite colocar a Dios en el centro de la vida, hablarle de tú a tú, contemplarlo todo a la luz divina, obrar de acuerdo a la voluntad del Señor. A esto se le llama “experienciar a Dios” más propiamente que “experimentarlo”.

Y cuando ores, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público. Y orando, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos. No os hagáis, pues, semejantes a ellos; porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes que vosotros le pidáis. Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal; porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén. (Mateo 6:5-13)

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La experiencia religiosa no consiste en tener visiones o manifestaciones extraordinarias, o en cumplir escrupu­losamente los mandamientos, o en recitar muchas ora­ciones y observar numerosos ritos sagrados, o en adqui­rir una sólida formación doctrinal que permita elaborar bellas conferencias acerca de la divinidad.

Eso todo puede servir, pero sólo adquiere vitalidad si entre Dios y el hombre, por la fe, se da una amistad que penetra la existencia de éste, le hace conocer su pobreza, le descubre la necesidad que tiene de Dios, y le transfor­ma la vida.

Es como si el hombre abriese los ojos para contemplar a Dios presente, como si aguzase los oídos para escu­charle, como si conversase con alguien que se pusiese a su lado, como si entrase en diálogo de amistad y de co­munión con el Absoluto.

Expresar la experiencia religiosa no es fácil. Se puede decir que quien no la ha vivido no la comprende, y quien la ha vivido no logra expresarla, pues las vivencias más íntimas del hombre no se comprenden definiéndo­las, sino viviéndolas. El que las vive, las siente a flor de piel o a flor de alma y no le gusta hablar de ellas, mien­tras que quien mucho las menciona es porque quizá no las ha vivido.

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