Yo Soy la Resurrección: Levántate y Ven a Mi – Estudio

Cita Bíblica: Juan 11

Esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella. Juan 11:4

La enfermedad es algo que el hombre por instinto repudia. Y a veces los llamados cre­yentes, olvidándose de toda la revelación de Dios, también ven en la enfermedad la antesala de la muerte. Pero Jesús nos muestra que, cuando el Hijo de Dios es glorifica­do, la enfermedad no es para muerte; y esto es algo que todos los creyentes tenemos que tener muy claro, para no vivir en la antesala de la muerte, sino glorificando al Señor en nuestros cuerpos, estemos sanos o enfermos.

Marta y María, las hermanas del enfermo Lázaro que nos narra este capítulo, también habían acudido al Señor Jesús en busca de la sanidad de su hermano. La amistad que les unía a Jesús les daba la garantía de que serían atendidas en su ruego, ya que muchos otros, sin esa amistad, habían sido sanados de sus enfermedades más diver­sas.

Nosotros también, como Marta y María, podemos buscar en nuestra oración ante el Señor, el ser simplemente librados de nuestra enfermedad, pero quizás olvidemos lo más importante, qué el Hijo de Dios sea glorificado en esa enfermedad.

Jesús les dijo claramente: Lázaro ha muerto; y me alegro por vosotros, de no haber estado allí, para que creáis. Juan 11:14-15

El Señor conoce todas las cosas

El Señor Jesús cuando recibió el mensaje de la enfermedad de Lázaro no fue rápida­mente, sino que se retrasó aún dos días. El Señor conoce todas las cosas, y en todas busca nuestro bien. Aunque tarde en responder a nuestra oración, sin embargo hemos de tener por cierto que el siempre nos oye.

Jesús les dice a sus discípulos que tienen que regresar a Judea a la aldea de Betania, que distaba unos tres kilómetros de Jerusalén, ya que “nuestro amigo Lázaro duerme” (v. 11).

Jesús sabe perfectamente cuál es la situación de su amigo, y no se olvida de la peti­ción de las hermanas de Lázaro.

Jesús, ven a jesus, mateo 11

Sin embargo, se alegra por sus discípulos de no haber estado allí, pues así podrán ver la gloria de Dios manifestada en Su Hijo. Podíamos decir que Jesús con su acti­tud cultiva cuidadosamente la fe de sus discípulos. La finalidad de su actitud es para que “crean”. Esto vale también para Marta y María, sometidas a un profundo dolor por la muerte de su hermano, que el Señor Jesús podía haber evitado. No fue así, y el dolor y el llanto maduran más la fe, la amistad y la gratitud hacia su gran amigo Jesús. Ellas sabían ciertamente que si Jesús hubiese estado allí su hermano no hubiera muerto, y así se lo dicen a Jesús:

“Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto” (v. 21, 32).

Las dos hermanas estaban plenamente convencidas de lo que el Señor podía haber hecho a su hermano enfermo, pero desconocían lo que podía hacer estando su hermano muerto.

Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en Mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en Mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?. Juan 11:25, 26

Sólo en él hay resurrección y vida

No hay resurrección ni vida fuera de Cristo, ya que el mismo es la resurrección y la vida. No se trata, pues, de una teoría, sino de una PERSONA que es resurrección y vida para todo aquel que cree en Él. Esta revelación personal de Jesús ha de ser siem­pre una fuente inagotable de gozo y alegría para el creyente, porque su vida y resu­rrección es Jesús mismo.

A veces nos conformamos en confesar como Marta que Jesús es el Hijo de Dios, que ha venido al mundo, pero podemos olvidar que Él es nuestra propia vida y nuestra resurrección; y esto no es una doctrina que hay que aprender, sino una Persona a la que hay que conocer en el día a día de tu propia existencia con todas las circunstan­cias sociales fáciles o difíciles.

En esa realidad vivencial el creyente descubre que las palabras de Jesús son “espíritu y son vida”; y reconoce que su propia vida no se agota en los límites de su cuerpo, porque su vida es Cristo, y por eso es también eterna en Cristo; no está condicionada a la temporalidad de un cuerpo, sino a la VIDA misma que es Cristo, el Hijo de Dios.

¿Crees esto?

“¿Crees esto?” (v. 26). Esta fue la pregunta que Jesús hizo a Marta, y te la hace a ti hoy. La respuesta de Marta fue: “Sí, Señor; yo he creído que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios” (v. 27). En este diálogo Marta admite haber creído, pero Jesús le pre­gunta por el presente: “¿Crees?”.

A veces basta una simple enfermedad o algún contratiempo en nuestro modo de vida, para exclamar derrumbados: ¿Señor, dónde estás? ¡Esto no me sucedería, si estuvie­ses aquí conmigo!

Olvidamos, entonces, que él nos dice:

“No te desampararé, ni te dejaré” (Hebreos 12:5).

“No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porqaue yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré…” (Isaías 41:10).

Esta actitud incrédula nos incapacita para ver la gloria de Dios, pues Jesús le dice a Marta: “¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?” (v. 40). Marta ante el cuerpo de su hermano muerto de cuatro días, ya no tenía más recursos para esperar algo de Jesús, a pesar de haber confesado que creía en Él.

¿Tienes la misma actitud de Marta?

Uno mismo puede tener esa misma actitud que Marta, confesando una fe para ciertos supuestos, pero no una fe plena en Cristo, llena de todas las posibilidades, porque “al que cree todo le es posible” (Marcos 9:23).

La carencia de esa fe plena produce una ceguera que incapacita para ver la gloria de Dios en todos los momentos transcen­dentes e intranscendentes de la propia vida.

El libro de Proverbios dice: “Los hombres malos no entienden el juicio; mas los que buscan al Señor entienden todas las cosas” (Proverbios 28:5).

El Maestro está aquí y te llama. Ella (María), cuando lo oyó, se levantó de prisa y vino a Él. Juan 11:28, 29

A los pies de Jesús

Marta anuncia a su hermana María que el Señor Jesús la llamaba. María, al oír esto, no se hace la más mínima pregunta o preparación para el encuentro. Su tiempo esta­ba, ya hacía mucho, a los pies de Jesús, por eso “se levantó deprisa y vino a Jesús”. Esta actitud de María ha de ser siempre la de todo creyente en cualquier circunstan­cia que se encuentre: Levántate deprisa y ven a Jesús. Expón ante Él tu queja, la preocupación por tu enfermedad o el dolor por alguien a quien amas. Jesús es la resurrección y la vida para ti. El mismo te dice:

“Venid a Mí todos los que estáis trabaja­dos y cargados, y YO os haré descansar” (Mateo 11:28).

Muchas veces preferimos vivir en la angustia de nuestra propia mente, cargados con nuestras dolencias y tribulaciones, que ir a Jesús para que El Mismo nos haga des­cansar. No seas torpe, haz como María, levántate deprisa y ven a Jesús, y tendrás descanso para tu alma, sea cual sea tu propia realidad.

Jesús le dijo: ¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?. Juan 11:40

Para Marta la realidad de la muerte de su hermano era algo definitivo. Por eso se sor­prende de la actitud de Jesús, cuando manda quitar la piedra que tapaba el sepulcro de su difunto hermano. Ella tenía una buena razón para no consentir en tal actitud, su hermano llevaba cuatro días muerto.

Creer para ver

Pero Jesús no le pedía sus razonamientos en los que ocultaba su incredulidad, sino que creyese: “¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?”. Marta jamás se hubiese imaginado que Jesús clamaría con gran voz: ¡Lázaro, ven fuera! (v. 43).

Y allí estaba de nuevo su hermano Lázaro, para testimonio de que Jesús es la resurrección y la vida como El le había revelado. La fe de Marta, como la de los discípulos, reci­bió con esta obra del Padre en Su Hijo una fuerte solidificación en la persona de Jesús. Los que estaban presentes, y creyeron en Jesús, vieron la gloria del Padre en la actua­ción del Hijo.

Conclusión

Los que no creyeron en Jesús, sólo vieron en la resurrección de Lázaro un motivo de gran preocupación y de destrucción: “Vendrán los romanos, y destrui­rán nuestro lugar santo y nuestra nación” (v. 48).

El pueblo de Israel veía a los romanos como una amenaza destructora de su lugar santo y de su nación. Pero se equivocaban en el veredicto, pues la causa de su perdi­ción fue la incredulidad, con la que sólo podían ver el instrumento destructor romano y no veían la gloria de Dios, que se manifestaba en Su Hijo Jesucristo. Hoy también el elemento romano disfrazado de brazo papal pretende imponer su poder idolátrico al pueblo santo de Dios, quienes por medio de la fe en Jesús alcanzaron perdón de pecados y herencia entre los santificados.

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