Babilonia y Jerusalén – Desde el Principio Hasta el Fín

Dos ciudades, dos principios, dos orígenes y dos finales distintos en la consumación de los siglos. ¿Qué significa cada uno de ellos? Su constatación nos asombrará.

Lectura: Salmo 137

En este salmo se habla de dos ciudades: Babilonia y Jerusalén. Estas dos ciudades son también dos mujeres, dos principios, dos orígenes y dos desenlaces distintos en la consumación de lo siglos.

Desde el Génesis hasta el Apocalipsis está Babilonia. Sus comienzos son débiles –con la torre de Babel– pero al final llega a tener el mundo en sus manos.

¿De qué manera nos afecta a nosotros conocer lo que Dios dice respecto de estas dos ciudades? ¿Tiene algo que ver con nuestro servicio a Dios? Babilonia, por su aspecto imponente y hasta majestuoso puede hacer creer lo que no es, pero los que andan por fe y no por vista, saben que lo que los hombres tienen por sublime, delante de Dios es abominación.

Si hemos de servir al Señor, debemos estar en condiciones de distinguir lo santo de lo profano, lo que es de Dios genuinamente, y lo que es sólo imitación. Debemos, no sólo amar lo que Dios ama, sino también aborrecer lo que Dios aborrece. Dios ama a Jerusalén, pero aborrece a Babilonia.

Aborrecer lo que Dios aborrece

A veces asumimos erróneamente una actitud de misericordia, cuando el Señor quiere que pronunciemos juicio. Tendemos a pensar que, si sólo amamos (sin juzgar), no corremos el riesgo de equivocarnos, porque el amor no hace mal, y preferimos amar y dejar que Dios juzgue. Sin embargo, el aborrecer lo que Dios aborrece es también una cosa necesaria.

Vemos en Apocalipsis capítulo 2 un ejemplo de esto. Allí hay dos iglesias –Éfeso y Pérgamo– que difieren en un punto importante. A Éfeso el Señor Jesús le dice una palabra de aprobación: «Pero tienes esto, que aborreces las obras de los nicolaítas, las cuales yo también aborrezco» (v.6). Pero a Pérgamo le dice algo muy distinto: «Y también tienes a los que retienen la doctrina de los nicolaítas, la que yo aborrezco, por tanto, arrepiéntete; pues si no, vendré a ti pronto, y pelearé contra ellos con la espada de mi boca» (vv.15-16). Esta no es una palabra de aprobación, sino de reprensión. Es un llamado al arrepentimiento, porque ellos retienen la doctrina de los nicolaítas.

La aprobación del Señor para Éfeso se debe a que aborrece lo que Dios aborrece; en cambio al reprensión a Pérgamo se debe a que acepta –y no aborrece– aquello que el Señor aborrece. Esto es muy serio, porque el que habla aquí es el Señor Jesucristo mismo.

En Éxodo 32 encontramos un pasaje que a veces resulta difícil de entender. Moisés baja del monte y escucha bullicio como de fiesta. Cuando ve que el pueblo se ha desenfrenado tras el becerro, se pone a la puerta del campamento y dice: «¿Quién está por Jehová? Júntese conmigo». Y se juntaron con él todos los hijos de Leví. Entonces les ordena de parte de Dios volverse contra su hermano, su amigo y su pariente. Más tarde, Moisés les dijo: «Hoy os habéis consagrado a Jehová, pues cada uno se ha consagrado en su hijo, y en su hermano, para que él dé bendición hoy sobre vosotros» (vv.26-29). ¿Cómo se entiende esto?

Es que, cuando está en juego la gloria del Señor, no cabe la clemencia, porque es mucho más importante la gloria de Dios que el parecer de los hombres. El celo de Moisés y de los levitas fue visto por el Señor como una señal de consagración. Y no existe consagración sin juicio hacia el pecado.

Dos ciudades

Tenemos, pues, aquí dos ciudades. Una es terrena y aparece descrita como «la gran ciudad» (Ap.17:18); la otra es celestial, y de ella se dice que es la «ciudad santa» (Ap.21:2). La una muestra la grandeza humana (como también su miseria), y la otra luce la gloria de Dios.

Babilonia y Jerusalén aparecen ya en el Génesis. Por Hebreos 12:22-23 nosotros sabemos que los espíritus de los justos hechos perfectos están en Jerusalén. Desde Enoc hacia delante siempre han existido justos, como existen también hoy. Ellos están en Jerusalén. ¿Cómo diferenciamos una ciudad de la otra?

La torre de Babel

Veamos en Génesis capítulo 11. Tenemos aquí la torre de Babel. «Y aconteció que cuando salieron de oriente hallaron una llanura en la tierra de Sinar y se establecieron allí» (v. 2). Babel fue edificada sobre una llanura en la tierra de Sinar. Una llanura es una tierra plana, muy fértil. Lot escogió para él la llanura del Jordán, y tanto se extendió que llegó hasta la ciudad de Sodoma (Gén. 13:12). Nosotros sabemos las consecuencias que tuvo Lot por haber escogido ese lugar como su residencia (Gén.19). Todo lo que está edificado sobre una llanura en la Biblia tiene que ver con juicio; en cambio, Jerusalén está levantada sobre un monte «que no se mueve, sino que permanece para siempre» (Salmo 125:1; Heb.12:22)).

¿Qué significado espiritual tiene el monte? Si examinamos algunos pasajes de la Escritura, encontramos que las más altas revelaciones, las más gloriosas visiones se tienen siempre sobre un monte. El Señor subía al monte para orar, y para enseñar. El Señor se transfiguró delante de tres de sus discípulos en un monte. Desde un monte ascendió a los cielos. El Espíritu llevó a Ezequiel y a Juan en Patmos sobre un monte alto para mostrarles la santa ciudad. ¡Qué bienaventurados son los que habitan en el monte de Dios!

«Y se dijeron unos a otros: Vamos, hagamos ladrillo y cozámoslo con fuego, y les sirvió el ladrillo en lugar de piedra y el asfalto en lugar de mezcla» (3). He aquí los materiales usados. Dejaron la piedra que Dios había creado, e inventaron el ladrillo. Por primera vez en la historia, aparece un elemento nuevo para construir. Fruto de la industria del hombre. Babilonia siempre deja de lado lo que es de Dios, para crear su propia obra y trazarse su propio camino.

«Y dijeron: Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo, y hagámonos un nombre por si fuéremos esparcidos sobre la faz de toda la tierra» (4). Hay dos cosas aquí: primero, ellos querían llegar al cielo; y segundo, ellos querían hacerse un nombre.

En Isaías 14 encontramos un pasaje análogo. Allí vemos a Lucifer, que decía: Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono… y seré semejante al Altísimo» (13-14). Satanás decía: «Subiré al cielo». ¿Qué vemos aquí en Génesis 11? Vemos al hombre intentando llegar al cielo. Satanás siempre siembra en el corazón del hombre la misma cizaña. Ese mismo propósito frustrado suyo de ocupar el trono de Dios, lo inyecta en el hombre. Como él no lo pudo hacer, pretende que el hombre lo haga.

Satanás le dijo a Eva en el Edén: «El día que comáis del árbol, serán abiertos vuestros ojos y seréis como Dios.» ¡Qué terrible complejo tiene el diablo! El quiso ser como Dios. A todo el mundo le dice lo mismo: «Si hacen lo que yo les digo, ustedes van a ser como Dios.» Satanás siembra en el hombre la aspiración a la grandeza, al poder, al señorío, que es una característica de Babilonia. En cambio, y por el contrario, vemos al Señor Jesucristo dejando su forma de Dios y tomando forma de siervo, haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz. ¡Cuánto descendió el Señor Jesús! Mientras Satanás pretende subir siempre, el Señor Jesús todo lo que quería era descender. Porque abajo, en el fondo, estábamos nosotros, sin esperanza y sin Dios en el mundo.

Juan el Bautista dijo: «Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe.» Todo hombre de Dios dirá palabras como estas. El principio de exaltarse a sí mismo impera en la cristiandad hoy, y causa muchas divisiones en el cuerpo de Cristo. «Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros, será vuestro servidor.» –dijo el Señor (Mt.20:26). Si alguno tiene la pretensión de ser grande, le conviene humillarse y servir, y luego, si en algún momento el Señor le quiere exaltar, le exaltará. En la casa de Dios, sólo Dios puede exaltar. A nosotros nos está vedado exaltar al hombre. Sólo Cristo merece todo el honor, todo el reconocimiento y toda la gloria.

Ellos dijeron: «Hagámonos un nombre.» Esto es algo muy vigente hoy. Muchos buscan hacerse un nombre. Hoy la marca vende. «No es el producto, es la marca» –dicen los publicistas. Esto también ha entrado en la cristiandad. Dice la Escritura que, al final de los tiempos, el Señor nos dará un nombre nuevo que la boca del Señor nombrará (Ap.2:17;3:5). Babilonia pretende crear-se nombres, buscar la gloria de los hombres, ser reconocida en todos lados. Pero el Señor tiene un nombre escondido para los que le aman.

«Ahora, pues, descendamos y confundamos allí su lengua, para que ninguno entienda el habla de su compañero. Así los esparció Jehová desde allí sobre la faz de toda la tierra …» (7-8). Esto nos habla de juicio. En las Escrituras, vemos que siempre caen sobre Babilonia los juicios de Dios. Y el propósito que tienen estos juicios es defender la gloria de Dios. El mismo Dios interviene para dejar en claro que no aprueba aquello. El juicio aquí se expresó en la confusión de las lenguas. «Allí confundió Jehová el lenguaje de toda la tierra, y desde allí los esparció sobre la faz de toda la tierra» (9).

Babel es confusión. Muchas voces, diversas opiniones, distintos pareceres. Allí no hay acuerdo, no hay un solo sentir, no hay un solo parecer. El resultado: la atomización. Cada uno por su lado, buscando su propia gloria, buscando hacerse un nombre y destacarse a su manera y a cualquier precio. En la ciudad de Dios, en cambio, hay una sola opinión: la de Cristo. Un solo nombre: el nombre de Jesús. Un solo pueblo: la iglesia. Un solo Espíritu: el Espíritu Santo. Una esperanza: la esperanza de vida eterna. Un Señor: el Señor Jesucristo. Una fe: la fe bendita del Hijo de Dios. Un Dios y Padre de todos.

En Jerusalén hay voz de Dios y no de hombre.

El manto babilónico

Avancemos en la Escritura. Vayamos al libro de Josué capítulo 6: La toma de Jericó.

Antes de tomar la ciudad de Jericó, Dios le había hecho al pueblo una advertencia. Le había dicho que la ciudad sería anatema, que no tocaran de ella nada; pero que guardaran la plata y el oro, y los utensilios metálicos para consagrarlos a Dios. (vv.17-19). Pero, pese a esta advertencia, Acán tomó del anatema; tomó el oro y la plata, con el pretexto, seguramente, de ofrecerlo al Señor. Y junto con ello, tomó también un manto babilónico muy bueno. Pero no consagró el oro y la plata, sino que los escondió, junto con el manto.

¿Cuál fue la consecuencia? En la próxima batalla que libró el pueblo de Israel contra una pequeña ciudad llamada Hai, sufrió una vergonzosa derrota. Josué, muy afligido, le pregunta al Señor: «Señor, ¿por qué nos trajiste para destruirnos aquí?». Y el Señor le contesta: «Israel ha pecado, … han tomado del anatema. Y hasta han hurtado y han mentido, y aun lo han guardado entre sus enseres (7:10-11). Luego le dijo: » … No estaré más con vosotros si no destruyereis el anatema de en medio de vosotros.»

Entonces vino el juicio. Tomaron a Acán, el dinero, el manto, el lingote de oro, sus hijos, sus hijas, sus bueyes, sus asnos, sus ovejas, su tienda y todo cuanto tenía, y lo llevaron todo al valle de Acor, donde fueron lapidados.

Acán fue seducido por el manto babilónico. Era espléndido, llamativo, fino, muy superior a los toscos atuendos que ellos traían. Venían saliendo de cuarenta años de vagar por el desierto, con sus ropas deslustradas por el sol, y he aquí algo atractivo. ¿No sería admirado él con ese manto? ¿No luciría tal vez como un rey? ¿No sería envidiado? ¡Oh, qué cosa terrible es tener el espíritu de Babilonia! ¡Oh, qué terrible cosa es desobedecer al Señor!

Y de nuevo tenemos aquí a Babilonia provocando un juicio de parte de Dios.

El pecado de Ezequías

En la Escritura se nos cuenta de un rey llamado Ezequías. Su historia se halla en tres libros de la Biblia: Crónicas, Reyes e Isaías. Veamos Isaías 39.

Aquí tenemos al rey Ezequías recibiendo a los enviados de Merodac-Baladán, príncipe de Babilonia. El rey Ezequías había enfermado de muerte, pero oró al Señor, y el Señor le concedió quince años más de vida. Y, junto con ello, le dio riquezas y gloria. En aquel tiempo Merodac-baladán envió cartas y presentes a Ezequías, porque supo que había estado enfermo, y que había convalecido. ¡Qué extraño! ¡Un babilonio enviando cartas y presentes al rey de Israel!. Entonces, Ezequías se alegra con ellos, y les muestra sus casas y sus tesoros.

Entonces el profeta Isaías vino al rey y le dijo: «Oye palabra de Jehová de los ejércitos: He aquí vienen días en que será llevado a Babilonia todo lo que hay en tu casa, y lo que tus padres han atesorado hasta hoy; ninguna cosa quedará, dice Jehová. De tus hijos que saldrán de ti, y que habrás engendrado, tomarán, y serán eunucos en el palacio del rey de Babilonia» (5-7).

Vino el juicio de Dios. ¿Por qué? La razón no está clara en el pasaje de Isaías, pero sí en 2 Crónicas 32:31. Allí dice: «Mas en lo referente a los mensajeros de los príncipes de Babilonia que enviaron a él (Ezequías) para saber del prodigio que había acontecido en el país, Dios lo dejó, para probarle, para hacer conocer todo lo que estaba en su corazón».

Aquí se aclaran por lo menos dos cosas. Primero, que el objetivo por el cual el príncipe de los babilonios mandó estos mensajeros al rey Ezequías era saber acerca «del prodigio que había acontecido en el país». Era una razón estratégica, política. Los babilonios iban a espiar a Israel. ¿Qué había pasado con los judíos? ¿Habían hecho algún invento? ¿Tenían argumento nuevo? ¿Cuán poderosos eran?. Y lo segundo que se aclara aquí es que Dios dejó que eso ocurriera, para probar lo que había en el corazón de Ezequías.

Tenemos que ver atentamente por qué Dios juzgó a Ezequías, por qué probó su corazón y cuál fue el resultado. Ezequías no fue aprobado. Hemos de tener claro lo que significa Babilonia, lo que hay detrás de Babilonia, cuál es el principio que opera en ella, cuál es la mente que la gobierna. Si de veras nosotros hemos visto algo de parte de Dios, hemos de tener un corazón lleno de luz y ojos aclarados para identificar todo lo que viene de Babilonia, juzgarlo y resistirlo.

Babilonia sólo venía a profanar esa ciudad. A profanar los utensilios de la casa y los tesoros. Y como babilonia es traicionera, después, a los mismos hijos de quien le había recibido, los lleva cautivos y los hace eunucos (Is.39:7). Todo lo que Ezequías muestra a los enviados de Babilonia es llevado cautivo, tanto los hombres como los objetos sagrados del templo.

Grandeza y miseria de Babilonia

Daniel 4:29-30. Nabucodonosor, rey de Babilonia, tiene un sueño que le sume en una gran inquietud. En ese sueño, Nabucodonosor aparecía siendo probado en gran manera. Luego, un tiempo más tarde, «Al cabo de doce meses, paseando en el palacio real de Babilonia, habló el rey y dijo: ¿No es esta la gran Babilonia que yo edifiqué para casa real con la fuerza de mi poder, y para gloria de mi majestad?». Al rey se le ha olvidado todo lo que Dios había dicho a través del sueño. Un año le bastó para olvidarlo todo. Y aquí lo tenemos, lleno de soberbia, usando la primera persona en forma reiterativa: «La gran Babilonia que yo edifiqué… con la fuerza de mi poder… para gloria de mi majestad». Todo centrado en el hombre, en su grandeza, en su poder. Es el principio de Babilonia.

El pueblo de Dios fue llevado cautivo a Babilonia. Esto fue en tiempo de Daniel, y ocurrió tal como aunque había sido profetizado desde antes por muchos profetas. El pueblo de Dios cautivo en Babilonia. Pero eso no ocurrió solamente en los días de Daniel, también ocurre hoy. Allí en Babilonia, el pueblo de Dios es maltratado, es afligido y es herido de muerte. Allí no hay canción, las arpas están colgadas en los sauces. Siempre es así. El poder político-religioso se ensaña contra los hijos de Dios.

Dios permite que el pueblo sea llevado cautivo a Babilonia. Sin embargo, Babilonia abusa de su poder y con ello desata los juicios de Dios. ¡Qué dramático cuadro es el del pueblo de Dios esclavo en Babilonia! ¡Qué postración, que deshonra para Dios mismo! Tanto ayer como hoy Babilonia extiende sus tentáculos para oprimir y mancillar a los hijos de Dios. Pero, por cuanto se excedió en su poder, Dios envía sobre ella sus juicios.

En Isaías 47:6 dice el Señor a Babilonia: «Me enojé contra mi pueblo, profané mi heredad y los entregué en tu mano; no les tuviste compasión; sobre el anciano agravaste mucho tu yugo.» En Jeremías 50:11, el Señor le dice: «Porque os alegrasteis, porque os gozasteis destruyendo mi heredad.» Babilonia se gozó destruyendo la heredad de Dios. Por eso Jeremías 51:24 agrega: «Y pagaré a Babilonia y a todos los moradores de Caldea todo el mal que ellos hicieron en Sion delante de vuestros ojos, dice Jehová».

En los versículos 34 y 35 de este mismo capítulo es la moradora de Sion quien habla, veamos con qué palabras: «Me devoró, me desmenuzó Nabucodonosor rey de Babilonia, y me dejó como vaso vacío … Sobre Babilonia caiga la violencia hecha a mí y a mi carne …». Y el verso 49 aún agrega: «Por los muertos de Israel caerá Babilonia, como por Babilonia cayeron los muertos de toda la tierra».

Así, pues, Dios aborrece a Babilonia. No es un sentimiento humano: Es Dios quien la aborrece. Hay quienes piensan que Babilonia es recuperable, que puede sanarse. Miremos lo que dice Jeremías 51:8-9: «En un momento cayó Babilonia, y se despedazó; gemid sobre ella; tomad bálsamo sobre ella para su dolor, quizá sane. Curamos a Babilonia , y no ha sanado; dejadla, y vámonos cada uno a su tierra; porque ha llegado hasta el cielo su juicio, y se ha alzado hasta las nubes». En aquel tiempo pasado también hubo quienes pretendieron poner bálsamo sobre ella para que sanara. Pero ante la imposibilidad de aquello, exclamaron: «Vámonos, porque ha llegado hasta el cielo su juicio». Es el Señor quien la juzga. Hay otros que piensan que Babilonia puede sufrir una metamorfosis y puede llegar a ser Jerusalén. Pero, ¿será esto posible? «Lo que es nacido de la carne, carne es». Eso es lapidario para Babilonia, es letal.

Ananías y Safira

Hechos capítulo 5. Ahora estamos en el Nuevo Testamento. Esta es la iglesia en Jerusalén en sus mejores tiempos. ¿Qué encontramos aquí? Un matrimonio mintió al Espíritu Santo, sustrayendo del precio de la heredad, después de que ellos la habían ofrecido al Señor. Ellos quisieron aparecer como espirituales y ser aprobados por los hermanos. Cayeron en la hipocresía y el engaño. Se escudaron –lo mismo que Acán– en un principio espiritual, esto es, consagrar algo para Dios. Pero detrás de eso había el deseo de obtener un provecho personal. Si el Señor no hubiese autorizado a los israelitas a tomar el oro y la plata (para consagrarlo) probablemente Acán no los hubiese tomado, ni tampoco el manto. El problema es que con ello también tomó el manto, y aprovechó para sí una licencia que había sido dada con un propósito espiritual.

Acá, en la iglesia que estaba en Jerusalén, ocurre algo similar. Nadie obligó a Ananías y Safira a ofrecer lo que ofrecieron. Tras el propósito santo de quienes ofrecían sus bienes al Señor, éstos escondían una actitud profana. Y por ello vino el juicio, y fueron turbados y muertos. Que el Señor nos libre de las apariencias, de buscar la gloria de los hombres y de adoptar los principios de Babilonia.

El principio de Babilonia es la hipocresía, la grandiosidad, el ropaje externo, la espectacularidad, el nombre, la apariencia.

Babilonia, hoy

¿Cuál es el panorama hoy en día? Hoy también está presente el espíritu de Babilonia. La Babilonia político religiosa, cuyo tronco es la iglesia de Roma, es la expresión de un cristianismo amalgamado y corrompido, que mezcla lo divino y lo humano, que falsifica y desfigura la palabra de Cristo. Pero no sólo es la iglesia de Roma. Ese es el tronco, pero hay también ramas que le están naciendo. Hay otros que se le están apegando, que la están imitando, que están adoptando sus principios.

Cuando vamos a Apocalipsis, nos damos cuenta de que Babilonia llega a su culminación en cuanto a su desarrollo, a su maldad. En los versículos 12 y 13 del capítulo 18, cuando se enumera el tipo de mercaderías que Babilonia comercia con los mercaderes de la tierra, se menciona el oro, la plata, las piedras preciosas, etc., y al final del versículo 13 dice: «esclavos, almas de hombres.» Babilonia comercia con esclavos. La Biblia de Jerusalén traduce: «Mercadería humana».

¿Cómo el Señor no va a aborrecer a Babilonia? Babilonia es la iglesia corrupta que admite homosexuales y los pone en el sacerdocio. Es la iglesia apóstata que justifica las formas más grotescas de superstición y la brujería en nombre de Dios. Que adopta el paganismo de todos los pueblos para congraciarse con ellos. Es la madre de las rameras, porque fornica con el mundo, con los reyes y con los grandes de la tierra, habiéndose apartado de la sincera fidelidad a Cristo.

El Señor Jesús dijo: «Mi reino no es de este mundo.» Pero Babilonia, en Apocalipsis 17 y 18 es la gran ciudad que reina sobre los reyes de la tierra. ¡Qué contraste! Allí en Apocalipsis vemos que llega a ser guarida de demonios y albergue de toda ave inmunda y aborrecible. Y vemos que ella vive en deleites. Sus pecados han llegado hasta el cielo y Dios se ha acordado de sus maldades.

En Jeremías y Apocalipsis se habla de Babilonia en términos muy similares.

En ambos libros, Babilonia aparece sentada sobre muchas aguas (Jer.51:13; Ap.17:1); en ambos, es presumida: «Yo estoy sentada como reina …, y no veré llanto» (Ap. 18:7, ver Jeremías 51:13), en ambos, el juicio de Dios viene sobre ella. Este juicio implica:

a) el castigo por haber hostilizado y dado muerte a muchos hijos de Dios (Jer.50:11;51:24; Ap.17:6,18:20);

b) el espanto de todos los que son testigos de los juicios terribles de Dios sobre ella (Jer.50:13,46; 51:29,41; Ap. 18:9-19;

c) la invitación al pueblo de Dios – más aun, la orden– para que huya de Babilonia (Jer.50:8;51:6,45; Ap.18:4); y

d) la alegría de los santos por el juicio de Dios contra Babilonia (Jer.50:15; Ap.18:20). Hoy, como ayer, resuena la trompeta de Dios diciendo: «Huid de en medio de Babilonia y salid de la tierra de los caldeos, y sed como machos cabríos que van delante del rebaño.» (Jer.50:8). «Salid de en medio de ellos y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo, y yo os recibiré, y seré para vosotros por padre, y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso» (2ª Cor.6:17-18). «Y oí otra voz del cielo que decía: Salid de ella pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus pecados, ni recibáis parte de sus plagas; porque sus pecados han llegado hasta el cielo, y Dios se ha acordado de sus maldades.» (Ap.18:4-5). Y más adelante dice: «Alégrate sobre ella, cielo, y vosotros, santos, apóstoles y profetas; porque Dios os ha hecho justicia en ella» (18:20).

Permaneciendo en Jerusalén

¡Qué bendición más grande es haber salido de Babilonia, y estar en Jerusalén, la ciudad de Dios! para nosotros, por la gracia de Dios, es una realidad cumplida la esperanza que cantaban los israelitas en el salmo 126: «Cuando Jehová hiciere volver la cautividad de Sion, seremos como los que sueñan. Entonces nuestra boca se llenará de risa, y nuestra lengua de alabanza, entonces dirán entre las naciones: Grandes cosas ha hecho Jehová con éstos, grandes cosas ha hecho Jehová con nosotros.» Hoy ya no tenemos más la esperanza: ¡hoy tenemos la realidad! ¡Estamos donde Dios habita!

¿Podemos percibir la absoluta disociación que existe entre Jerusalén y Babilonia? ¿Podemos percibir lo inmundo y pecaminoso que es todo lo que no proviene de Dios, todo lo que proviene de la fuerza natural del hombre, todo lo que viene del sistema del mundo? ¿No hemos recibido acaso el Espíritu de Dios para hacer diferencia entre lo santo y lo profano, entre lo limpio y lo inmundo? Como dice Ezequiel en 44:23: «Y enseñarán a mi pueblo a hacer diferencia entre lo santo y lo profano, y les enseñarán a discernir entre lo limpio y lo no limpio.»

Que nuestros ojos sean cada vez más alumbrados para valorar la ciudad de Dios, y cómo nos conviene mantenernos lejos de Babilonia, sus riquezas, su gloria, su esplendidez, sus vestidos de lino, de púrpura y escarlata, y permanecer en la sencillez y en la gloria de Su ciudad, sabiendo que hemos llegado al lugar donde Dios habita «a la compañía de muchos millares de ángeles, a la congregación de los primogénitos que están escritos en los cielos, a Dios el juez de todos, a los espíritus de los justos hechos perfectos, a Jesús el Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel» (Heb.12:22-24). No nos hemos acercado a Caldea, ni siquiera al Sinaí, sino que nos hemos acercado al monte de Sion, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial.

Gracias al Señor, porque, en su misericordia, él nos permite ver estas cosas, cosas en las cuales anhelan mirar los ángeles, y que hoy nos son reveladas por su Santo Espíritu. Que el Señor permita que con más devoción le sirvamos en esta generación. Que estemos más enteramente consagrados a Él, y que amemos lo que Él ama, y aborrezcamos lo que Él aborrece. Amén.

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