Cristo, El Pan de Vida – Meditación

Jn. 4:1-15; cap. 6

1. La filosofía materialista de la vida y la posición de Cristo.

“No sólo de pan vivirá el hombre”, dice el Señor, pero sí es necesario el pan para el soste­nimiento de la vida física.

Cuando decimos pan estamos pensando en todo aquello que suministra al organismo los elementos que éste requiere para su subsistencia. Así como el cuerpo necesita distintas sustancias para subsistir saludablemente, también el organismo espiritual necesita ciertos elementos para su funcionamiento normal.

No era fácil la vida en Palestina en tiempos de Jesús. Se requería trabajo arduo y duro para ganarse el sustento. Pero he aquí que aparece aquel Hombre extraño e incomprensible que, sin esfuerzo alguno, sólo con unas cuantas pala­bras, al tocar el pan, lo multiplica hasta saciar el hambre de las gentes, y aun sobra para repetir, si lo desearan.

—Entonces —se dicen ellos— éste es el hombre que nosotros necesitamos. Este es el profeta que ha de gobernarnos ventajosamente, ya que de manera tan fácil nos resuelve el grave problema de la manutención.

Desde luego, vivimos en el mundo y tenemos que atender a nuestras nece­sidades materiales. Eso no está mal; pero nuestra gran equivocación consiste en la tergiversación que hacemos de los valores. Uno de los principales pa­peles que Jesús vino a desempeñar fue el de dar a cada cosa su justo valor.

Jesús sabía que es posible la felicidad a pesar de la pobreza. R. H. Walker, en su libro Normas de Vida (CUP), nos dice que Jesús no ahogaba por la pobreza en sí. Por eso ordenaba al rico que dividiera con el pobre sus rique­zas. No obstante, dijo: “Bienaventurados sois vosotros los pobres; porque de vosotros es el reino de Dios”. Esto no quiere decir que veía como una bendi­ción la repugnante miseria de Palestina, pero sí que los pobres tenían una gloriosa oportunidad de cambiar sus limitaciones en una escala que los con­dujera al cielo.

Pablo había aprendido esta lección, porque dice: “No lo digo en razón de indigencia, pues he aprendido a contentarme con lo que tengo. Sé estar humillado, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para hartura como para hambre, así para tener abundancia como para padecer ne­cesidad: Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil. 4:11-13).

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2. No hay necesidad espiritual que Cristo no satisfaga.

En la época actual hay una gran necesidad espiritual en el corazón humano, pero la gente no se da cuenta de ella. Así vemos cómo ostentando oficialmente una religión, esto es, perteneciendo a la religión de la mayoría, buscan a escondidas otros leni­tivos para sus almas atormentadas. Van tras el espiritista o la cartomanciana, que ofrece revelarles el porvenir brindándoles un talismán que todo lo puede.

¿Y por qué van en busca de ellos? Porque tienen hambre espiritual. Porque el pan que comen no es el Pan de Vida, sino un pan falsificado, adulterado, carente de los elementos nutritivos necesarios.

Otros muchos procuran satisfacer su hambre espiritual entregándose a su­persticiones, a historias absurdas de milagros, a cuentos de apariciones, o practicando con patético fervor ritos y ceremonias en su mayor parte incom­prensibles para ellos, pero a los cuales atribuyen un poder mágico para soco­rrerlos en sus aflicciones y necesidades.

¿Qué es necesario, entonces, para que esas multitudes puedan disfrutar del Pan de Vida?

Lo primero e indispensable es que reconozcan su necesidad espiritual, que estén de acuerdo con nuestro Dios en que todos hemos pecado y que estamos destituidos de la gloria de Dios, y, en segundo lugar, que se den cuenta de que sólo hay una forma de satisfacer su necesidad espiritual. “Venid, comprad y comed sin dinero y sin precio”, dice el Señor. “El que bebiere del agua que yo le daré, para siempre no tendrá sed jamás” (Is. 55:1; Jn. 4:14).

Cerca de la estación del ferrocarril, en un estado del sur de los Estados Unidos, había una cabaña en la cual vivía un anciano caballero de color. Muy cerca de allí había un pozo, a cuyas aguas se atribuían propiedades curativas. El mayor deleite del anciano consistía en dirigirse a la estación cuando el tren se detenía allí, una vez al día, para ofrecer a los pasajeros una limpia bandeja con vasos llenos de la fresca y clara agua. Cundo- los viajeros le ofre­cían dinero, él siempre contestaba:

—Yo no puedo venderle esta agua, señor. Es un gran placer para mí re­galársela.

La salvación que Dios ofrece es gratuita. Esa salvación está en Cristo. Sólo Él puede satisfacer la sed y el hambre espirituales del hombre. La comunión con Él da fortaleza al espíritu, vigor a la mente, energías al corazón, fuerza a la voluntad. “Y Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida: el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás”. (Jn. 6:35).

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