El Cristo Divino – Meditación

Jn. 1:1-18; 3:31-36; cap. 4; Fil. 2:5-11.

1. ¿Qué entendemos por la divinidad de Jesucristo?

Hemos de considerar, en primer lugar, que Jesús era divino por descender directamente de su Pa­dre. Su Padre era divino y por tanto él también lo era. Él era el “Hijo de Dios”; y los que hemos creído en él, también lo somos. Esta expresión “Hijo de Dios” se emplea para describir a una persona o un pueblo cuyas relaciones con Dios, son como las de hijo y padre. (Lucas 1:35; Juan 20:31).

Sabemos que Cristo era realmente divino, por el testimonio de las Escri­turas y por sus hechos sobrenaturales (Jn. 1:1; 17:5; 24) ¿Qué nos reveló su carácter divino?

Es casi innecesario hacer hincapié en que el nacimiento de Jesús venía anunciándose desde el principio de las Escrituras, hecho que nos prueba cla­ramente la divinidad de Jesús. En la Escritura se destacan los hechos si­guientes:

a)  La profecía de su nacimiento muchos siglos antes, que culminó con el coro de ángeles que dieron las buenas nuevas al mundo.

b) Su nacimiento virginal.

c) Su precocidad infantil. La discusión con los doctores de la ley y el haberse apartado de sus padres para ocuparse en los “negocios de su Padre”.

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d) Su autoridad. Ésta era indiscutible, a pesar de no poseer lo que se requiere, según el punto de vista humano, para tener autoridad: riquezas, rango social, grados universitarios, abolengo, etc.

e) Sus milagros. Estos eran inconfundiblemente divinos. No los realizaba como actos mágicos para hacer alarde de poder; no buscaba la popularidad en ellos. Al contrario, recomendaba que no se diera noticia de ellos. Los hacía con el fin exclusivo de satisfacer necesidades.

Además, su nombre se encuentra unido al de Dios Padre en una forma que implica igualdad entre Padre e Hijo.

a) En la bendición apostólica (2 Co. 13:14). Aquí el Hijo, junto con el Padre, es el dador de la gracia.

b) En la, fórmula del bautismo (Mt. 28:19; Hch. 2:38). Nótese la forma singular “en el nombre”.

c) Otros pasajes interesantes:

“Vendremos a él” -Jn. 14:23.

“Yo y el Padre una cosa somos” -Jn. 10:30.

“Y el mismo Señor nuestro Jesucristo, y Dios y Padre Nuestro” 2 Ts. 2:16.

2. Le son atribuidas tareas divinas.

a. Creador. “Todas las cosas por él fueron hechas” (Jn. 1:3); “Porque por él fueron creadas todas las cosas” (Col. 1:16).

b. Sustentador. “Por él todas las cosas subsisten” (Col. 1:17) ; “sustentando todas las cosas con la palabra de su potencia” (He. 1:3).

c.  Perdonador. “Y a ella dijo: Los pecados te son perdonados” (Le. 7:48) ; “Hijo, tus pecados te son perdonados”. (Mr. 2:5).

d. Reconciliador. Nosotros somos reconciliados con Dios por medio de la muerte de su Hijo, por su cruz y por la sangre de su cruz. Este es el mensaje de las Escrituras. (Ro. 5:10; 2 Co. 5:18, 19; Ef. 2:16; Col. 1:20).

3. Algunas objeciones a la divinidad de Cristo.

Aunque la Biblia nos habla acerca de la divinidad de Cristo, en diferentes épocas en la historia del cris­tianismo se han levantado hombres que, aun dentro de la iglesia, han negado su divinidad. A continuación revisaremos algunos de estos movimientos.

Los ebionitas. A pesar de que el Concilio de Jerusalén había establecido el principio de libertad de los conversos al cristianismo, en cuanto a la ley mosaica, cierto número de cristianos insistieron en no aceptar dicho fallo. Este grupo, procedente de los judaizantes, recibió el nombre de ebionitas. Este grupo exigía el más riguroso cumplimiento de la ley, rechazaba todo contacto con los cristianos gentiles y negaba la divinidad de Cristo. Los ebionitas recha­zaban también los escritos de Pablo, por no considerarlos suficientemente ju­daicos. Las enseñanzas de este grupo se extendieron bastante, pues se tiene conocimiento de que existían comunidades en el Asia Menor, Chipre y Roma. No desaparecieron hasta principios del siglo IV.

El gnosticismo. El gnosticismo era un sistema de doctrina que adoptó ideas del cristianismo, como de Platón, de la cábala judía, de la tradición judía no escrita, y de algunas otras religiones paganas.

Las creencias que sustentaban se pueden compendiar de la siguiente manera (según Laura Jorquera, en La Iglesia Cristiana):

a) Existencia eterna y opuesta de dos entidades: el Bien y el Mal. El Bien es espíritu; el Mal es materia. Marción, uno de los maestros del gnosticismo, enseñaba que el Dios del Antiguo Testamento, el Creador celoso y cruel, era el Dios del mal, y que el Dios revelado por Cristo era el Bien.

b) Existencia de las emanaciones, o espíritus buenos o malos, según de donde procedan.

c) Existencia de los demiurgos, seres intermedios entre el mundo material y el espiritual, emanados del bien.

d) El pecado sería algo inherente a la creación, dada la naturaleza espiritual y material de los seres.

e) La redención libera los elementos espirituales de sus asociaciones materiales gracias a la interven­ción de Cristo. Siendo pecaminosa toda materia, el cuerpo de Cristo no pudo ser real, sino que tomó la apariencia de lo real. A esta doctrina en particular se le llama docetismo.

f) La ética gnóstica, siendo asiática, estimaba que era necesario negar al cuerpo todo lo que desease, porque no convenía satisfacer a la materia.

Podemos darnos una idea de cuán enconada fue la lucha entre los cristia­nos de los primeros siglos y los afiliados a esta herejía, por la respuesta que recibió Marción, de parte de Policarpo, obispo de Esmirna, cierto día que se encontraron en una calle de Roma. Marción detuvo a Policarpo y le preguntó: —¿Te acuerdas de mí, Policarpo? —Ciertamente— respondió su antiguo ami­go—. Tú eres el primogénito de Satanás.

El arrianismo. Arrio era un presbítero sumamente culto y dotado de bri­llantes facultades. Propuso la doctrina que lleva su nombre y que fue de gran­des consecuencias en la iglesia de los primeros siglos. Sostenía que Jesús no era el hijo de Dios por naturaleza, sino por divina voluntad. Fue creado al principio de los tiempos, pero hubo un tiempo en que no existía. Por Él creó Dios al mundo. Era sin pecado, pero no por naturaleza, sino porque Él así lo quiso. Esta doctrina fue condenada por el Concilio de Nicea el año 325 de nuestra era; y Arrio y sus partidarios fueron excomulgados.

No tenemos espacio para revisar algunas otras doctrinas que se oponen a la divinidad de Cristo, pero éstas, que consideramos las más importantes, nos darán una idea del tipo de corrientes contrarias con las que tuvo que luchar el cristianismo primitivo.

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