Nuestro Buen Pastor – Meditación

Jn. 10:11-16; He. 13:20-21; 1 P. 2:25; 5:4; Sal. 23; Ez. 34:12.

1. El Salmo 23.

Jesús, al presentar su mensaje, acostumbraba usar figuras familiares al auditorio que lo escuchaba. Nada era tan común a los orientales como el pintoresco cuadro del pastor con sus ovejas.

David había sido un pastor él mismo. Por eso llega tan directamente a nues­tros corazones con el maravilloso Salmo 23. Además, él había experimentado en más de una ocasión los cuidados amorosos del Buen Pastor, por lo que en este Salmo tenemos su experiencia personal.

Se refiere que un gran declama­dor fue invitado a cenar en una casa muy distinguida y, ya de sobremesa, se le pidió que recitara algo. Él accedió, siempre y cuando el anciano pastor que allí se encontraba recitara lo mismo, o sea “El Salmo del Pastor”.

Con su voz bien timbrada, con su arrogante figura, con sus ademanes apro­piados y su dicción perfecta, recitó de tal manera dicho Salmo, que al terminar recibió una gran ovación de todos los presentes.

Luego le tocó el turno al anciano pastor. Con su voz ya cascada por los años, sus ademanes torpes y su figura inclinada por la edad, recitó él también dicho Salmo. Cuando terminó, no se escuchó un solo aplauso, pero sí había muchas mejillas húmedas y una gran emoción en cada corazón.

El joven declamador se levantó y dijo: —Yo os llené de entusiasmo y arran­qué aplausos de vuestras manos, pero él os ha llenado de emoción y ha arran­cado lágrimas de vuestros ojos. ¿Sabéis por qué? Pues porque yo solamente conozco el “Salmo del Pastor” pero este noble anciano conoce al Pastor del salmo.

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2. El Salmo del Pastor y la experiencia humana.

Este hermoso Salmo, dice A. B. Simpson, merece estar como entrada al Palacio Hermoso de los Salmos Mesiánicos. Se ha escrito sobre los corazones de muchas generaciones y sobre muchos peregrinos en camino al hogar celestial. Ha provisto pastos verdes y aguas de reposo a la familia de Dios por todos los siglos, y en verdad ha colo­cado mesa en medio de sus enemigos para millares de los redimidos de Dios.

Durante una guerra, en un hospital, agonizaba un soldado. Era incrédulo. Un obrero cristiano estaba al lado de su cama, pero el moribundo no quería escuchar el Evangelio. Se cubrió la cara con la sábana, y orgullosamente dio la espalda al cristiano.

Pero éste sabía que el herido era escocés, y sabiendo por experiencia lo afectos que son a los antiguos Salmos los escoceses, se acercó más y empezó a cantar suavemente el Salmo 23, según una antigua versión. Tan tiernamente lo cantó, que antes de llegar a la mitad del Salmo, el cuerpo del herido se sacudía por fuertes sollozos. Destapándose la cara, preguntó:

— ¿Por qué cantó usted ese Salmo? Mi madre me lo enseñó, y fue su último mensaje antes de morir.

Ya estaba hecho el contacto, y el corazón estaba abierto para la verdad. Tiernamente se sembró la Palabra, y aquella alma fue guiada a su Salvador.

Dos días después volvió el obrero cristiano, pero el herido ya había muerto. La enfermera dijo que la noche anterior, al pa9ar ella por el pasadizo, le oyó cantar algo acerca del “valle de las sombras”, pero antes de terminar el canto se agotó. Entonces le oyó exclamar: “Madre, madre, ya voy. El Señor es mi Pastor también”. La enfermera se apresuró a ayudarlo, pero ya no necesitaba ayuda humana. Estaba ya en el seno de su Buen Pastor.

3. Cristo, el Pastor de nuestras almas.

¿Por qué es nuestro Pastor? Senci­llamente porque pertenecemos a él, porque él nos compró con su sangre pre­ciosa, porque como dice en Ez. 34:12: “Como reconoce su rebaño el pastor el día que está en medio de sus ovejas esparcidas, así reconoceré mis ovejas y las libraré de todos los lugares en que fueren esparcidas el día del nublado y de la oscuridad.” ¿Es posible encontrar una promesa más alentadora en labios más autorizados?

Cualquier otro a quien fuéramos sería un asalariado, que no tendría el cuidado amante de nosotros que tiene el Señor Jesús, porque somos suyos, porque le pertenecemos y nos ama. No porque valgamos algo, sino porque adquirimos ese valor cuando reconocemos que pertenecemos a él y le seguimos.

4. La Oveja Pérdida.

En Lucas 15:4-7 leemos el conmovedor relato de la oveja que se perdió por su propio descuido. Quizás un día encontró que el pasto que le presentaba su pastor no era tan delicado como ella merecía. Quizás se entretuvo demasiado caminando por el borde de los caminos cercanos.

Quizás se dejó arrullar por balidos lejanos de otras ovejas que llegaban a ella como música armoniosa. El caso fue que se separó de sus compañeras y que al momento de recogerlas para llevarlas al redil faltaba ella. Pero el pastor la busca tierna y empeñosamente hasta encontrarla.

La figura del pastor fiel era familiar para los judíos: arrebujado en su manta, insensible al frío y a la vigilia, con tal de prestar protección y amparo a sus indefensas ovejas. Todo ésto lo sabían los judíos, y por eso el Señor usó este símil que tan comprensible resultaba para su pueblo.

El pastor, para ellos, era símbolo de amor, cuidado, protección, ternura, sacrificio, porque ha­bía tal identificación entre el pastor y sus ovejas que él las conocía por nom­bre. Se dice que si alguna otra persona llamaba a las ovejas por nombre, ellas no hacían caso, porque era solamente la voz de su pastor la que amaban y obedecían.

Para meditación personal

Nosotros también podemos considerarnos como ovejas descarriadas hasta que el Buen Pastor nos halla y nos lleva a su redil. ¿Cuál es nuestra expe­riencia? ¿Nos hemos dejado encontrar por él? ¿Y lo seguimos con amor y obediencia?

Sobre el Salmo 23

¿En delicados pastos? No siempre. A veces por caminos ásperos o en sombras ha guiado mis pasos sabiamente el que conoce a los hombres.

¿En aguas apacibles? No siempre. Con frecuencia rudas tempestades y recios vendavales inclementes se desatan cual furias infernales.

Pero cuando la tempestad ruge y clamo ansiosamente por ayuda, del Maes­tro la suave voz sube al alma: “Soy yo; está segura”.

Por doquier Él guíe, gustoso iré; su potente mano me sostendrá; seguridad y paz tener podré aun en sombras y recia tempestad.

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