El Significado de la Cruz – Meditación

Todos estos atisbos que nos dan los escritores de la Biblia arrojan algo de luz sobre su muerte. Pero quizá la manera más sencilla y al mismo tiempo más profunda de contemplarlo es ésta: Nuestra vida estaba perdida: él perdió su vida por nosotros. Esto precisa una pequeña explicación. Nuestra rebelión contra Dios nos había cortado de gozar de su compañía. Éramos «extraños, sin Dios en el mundo». En cambio, Jesús, a la vez Dios y hombre, y él mismo tentado más intensamente que cualquiera de no­sotros, vivió sin embargo una vida de perfecta obedien­cia.

En aquella vida no hubo rebelión contra Dios; él podía decir con toda integridad: «Siempre hago lo que le agrada.» No tenía necesidad de morir, ni física ni espiritualmente. Pero murió, y ello por su propia deci­sión, libre y deliberada. Murió físicamente, con una te­rrible agonía en la cruz, y espiritualmente con una mayor agonía al hacerse él responsable voluntario de todos los horrores, toda la inmundicia y culpa de la rebelión del mundo, incluyendo la tuya y la mía. Tomó tu muerte para que tú pudieses tener su vida. Murió en el lugar donde debiera haber terminado el rebelde, para que el rebelde pudiese ser adoptado en la familia de la que había huido. Murió para que nosotros pudiésemos vivir, perdonados, aceptados y en amistad con Dios. Escucha con qué entusiasmo se expresa en los escritos de Pablo.

Nunca dejó de sentirse maravillado por esto: «El Hijo de Dios me amó, y se entregó a sí mismo por mí.» U otra vez, «Os rogamos, como si el mismo Cristo estuviese suplicándoos, recibid el amor que os ofrece – reconciliaos con Dios. Porque Dios tomó a Cristo, exento de pecado, y derramó en él nuestros pecados. Luego, a cambio, derramó la bondad de Dios en nosotros.»

Cristo, cruz, palabras de jesus

 

Esta idea de intercambio, ofreciendo Cristo en buena disposición su vida por nuestras vidas que estaban per­didas, penetró profundamente en los primeros cristianos y les hizo sentirse profundamente en deuda con el amor del Señor. Creo que esto explica por qué en la historia de la crucifixión dieron tanta importancia al episodio de Barrabás.

La cruz en la que murió Jesús había sido preparada para Barrabás. Si alguien se la merecía, era él. Era un bandido, un rebelde y un asesino. Sí, él merecía morir. Había perdido todo derecho a su vida. Pero Jesús tomó su lugar. Murió en la cruz de Barrabás, aunque él no merecía morir. Y Barrabás quedó libre porque Jesús murió en su cruz, aunque él tampoco merecía esta liber­tad. Para los primeros discípulos, este intercambio pare­cía tocar el fondo del significado de la cruz. Nuestra vida por medio de su muerte.

Murió físicamente, con una terrible agonía en la cruz, y espiritualmente con una mayor agonía al hacerse él voluntariamente responsable de todos los horrores, toda la inmundicia y culpa de la rebelión del mundo, incluyendo la tuya y la mía.

Inmediatamente después del período del Nuevo Tes­tamento, un cristiano anónimo puso en estos términos lo que la cruz significaba para él. «Él mismo tomó sobre sí la carga de nuestras iniquidades, el santo por los peca­dores, el inmortal por los mortales. Porque, ¿qué otra cosa podría cubrir nuestros pecados sino su justicia? ¡Oh dulce intercambio! ¡Oh inescrutable obra de Dios! Que la maldad de muchos quedase escondida por un solo justo, y que la justicia de uno pusiera a muchos transgresores a bien con Dios.»

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