La Voluntad de Dios – Meditación

Hoy en día es difícil cumplir la voluntad de Dios, pero no imposible.

Creo que la mayor área de diferencia se encontrará en nuestra conducta. Y te habrás dado cuenta de que esto es precisamente lo que la gente espera. Tan pronto como declaras en tu trabajo que eres cristiano, ellos esperarán de ti que no sueltes juramentos ni cuentes chistes sucios. Esperarán que fiches a la hora y que trabajes a conciencia. Por mucho que digan que no quieren santurrones junto a ellos, la gente arreligiosa ordinaria espera que un cris­tiano sea diferente y que tenga unas normas más eleva­das que ellos mismos. Y esto, aunque sea más bien des­concertante y sea un reto, es un instinto sano. Te diré por qué.

 

Mires adonde mires en las religiones del mundo, en­centrarás pocos vínculos esenciales entre la religión y la moralidad, excepto en la religión de Israel que ha florecido en el cristianismo. En las religiones paganas del mundo antiguo adoraban a uno o varios dioses para tener a quien recurrir en tiempos de apuro, y para cum­plir el instinto de adorar que se encuentra en cada nación debajo del sol. Pero su adoración no ponía demasiadas demandas éticas -o ninguna-, aparte quizá de algunos pocos tabúes, como un baño ritual o una abstinencia de relaciones sexuales unos cuantos días antes de la adora­ción. La adoración y la moralidad no estaban vinculadas.

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Pero la cosa era distinta en Israel. De nada servía adorar al Señor si el adorador salía luego a «vender al menesteroso un par de zapatos». Dios no iba a quedarse satisfecho con un servicio de adoración en el fin de se­mana mientras las personas siguiesen oprimiendo a los pobres y estafando a sus vecinos entre semana.

No se puede insistir suficiente acerca de la necesidad de una vida recta por parte de los que declaran adorar a un Dios justo. Dios, la fuente de todo lo bueno, verda­dero y recto, exige las mismas cualidades en sus adora­dores. No, desde luego, como condición para aceptarles. Ya hemos visto que nos acepta tal como somos. Pero a su debido tiempo espera que la semejanza familiar se haga patente en los miembros de su familia.

Dios se ha esforzado por dejar totalmente claro este punto. No nos deja con meras generalidades, por evocativas que puedan ser, como: «Seréis santos, porque yo soy santo, dice el Señor». Por toda la Biblia, y en particular en los escritos de los profetas del Antiguo Testamento, Dios nos hace saber qué significará esta santidad de ca­rácter en la conducta ordinaria, diaria. Pero por lo gene­ral no somos demasiado buenos en prestar atención a otras personas, aunque sean profetas, cuando nos exhor­tan acerca de lo justo e injusto. Somos más susceptibles a ser movidos por un buen ejemplo. Y esto es lo que Dios ha provisto en su generosidad.

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